domingo, 24 de febrero de 2008

Federico Martin Bahamontes

Decir 'Aguila de Toledo' es lo mismo que hablar de Federico Martín Bahamontes. Considerado por algunos como el mejor escalador puro de la historia, el toledano tenía también un carácter peculiar por culpa del que probablemente no acumuló un palmarés más rico.
Había nacido en una pequeña localidad de apenas 1.700 habitantes conocida por Val de Santo Domingo, en el año 1928. Su padre, que se llamaba Julián Martín, ejerció de peón caminero hasta que decidió por su cuenta y riesgo trasladarse a la ciudad de Toledo, en donde, decían las gentes, había dinero (!). Encontró trabajo en un cigarral, denominación común en aquellos contornos y que consiste en una extensa huerta cercada, con árboles frutales y casa amplia, que se situaba en las afueras de la ciudad. Era el sacrificio continuo de un padre por sus hijos.
A los diecisiete años, Bahamontes comenzó a trabajar como
carpintero sin mucha suerte. Dentro del deporte se aficionó por la práctica del fútbol y con chavales de su edad jugaba en un basto solar. No lo hacía mal, pero aún así sus compañeros de fatigas le empujaron a que se comprara una bicicleta de segunda mano y les acompañara en algunas excursiones ciclistas. Su padre accedió a realizar el dispendio económico de rigor. Le costó nada menos que 50 duros. La bicicleta, además, le fue de gran utilidad para trasladar fruta de un lado a otro, poderla vender y obtener algún dinerillo. También de madrugada ejercía dura labor en el mercado en el trasiego de cajas.
En Toledo, había una cuesta muy empinada que se hacía notar. Se la conocía como Cristo de la Luz. Allí desafió a sus amigos y allí se vislumbró su facilidad sobre los pedales. Sin embargo, en un reconocimiento médico como consecuencia de haber sufrido una tifoidea, un galeno le detectó una clara insuficiencia torácica que no le presagiaba un buen porvenir. Se cernía sobre él un oscuro horizonte que no lo fue.

Su aparición en el profesionalismo, la realiza en la Vuelta a Asturias, pagando de su bolsillo la inscripción y presentándose a la prueba con una camisa de vestir, un pantalón de fútbol y alpargatas. Las críticas le llegaban por su falta de espíritu de equipo y por su escaso sentido táctico, pues corría hasta agotar sus fuerzas.
Es bueno que se sepa que Bahamontes, al no contar con medios económicos suficientes -sólo 100 pesetas-, se trasladó en bicicleta a las tierras del norte, recorriendo 700 kilómetros en tres días para poder participar en aquella competición. Lo hizo con otros animosos compañeros. Un hecho inaudito. El ciclismo de aquel entonces era una actividad poco considerada y los ciclistas un tanto modestos se veían obligados a hacer esa clase de locuras. Viajaban montados en su bicicleta y luego competían.

BAHAMONTES_TOUR DE 1959
El genio de Federico Martín Bahamontes dividió la España de finales de los años cincuenta. Con él o en su contra. Había que entenderle. Era un ciclista retador. Gallo a veces, taimado otras. Extravagante. Antes de nacer ya pedaleaba. Su madre, ya embarazada, andaba con la bici cuesta arriba por las calles de Toledo. El crío creció en el cigarral donde los republicanos clavaron sus morteros para bombardear el Alcázar. Comió del hambre. Y se ganó la vida sobre un triciclo: chico de reparto. O con sacos de patatas al hombro. Con pañuelo de cuatro puntas. La Castilla del estraperlo, de la penuria.
En 1957, Bahamontes era ya una leyenda. Aún se hablaba de su helado en la cima de la Romeyére. Subió el primero y allí, lamiendo un polo, esperó al resto. No por arrogancia, que le sobraba, sino por no bajar solo. El de ese año fue un Tour de Guerra Civil. En la Vuelta a España, Loroño, un hombre tranquilo, había llegado a las manos con el toledano. España dividida. El vizcaíno acabó quinto en París y el castellano se retiró. «Fede ya no puede más». Se echó en la cuneta. En posición fetal. Goddet, patrón del Tour y su fiel admirador, se le acercó: «Sigue Federico». Respuesta: «No». Insistió: «Hazlo por su madre». «No». De nuevo: «Por Fermina». «No». «Por España». «No». «Hazlo por Franco». «No». Le dolía un codo, agujereado por una inyección de calcio mal puesta. «Eso duele, pero no es para abandonar», criticaron en la selección española. Al día siguiente, Bahamontes, maleta en una mano y bicicleta en la otra, tiró para Toledo en el tren. España le silbó.
Hasta que llegó el Tour de 1959. El suyo. El primero de un español. Galdeano, uno de sus gregarios, le recuerda así en el magnífico libro 'Locos por el Tour': «Bahamontes es un tío que como se escape alguien al que le tiene manía, le salta, se va por los llanos a por él. Gana la montaña y se crece. Y luego pierde media hora en el llano, y echa la culpa a los domésticos, a los del equipo». Un genio alocado.
Dalmacio Langarica, el encargado de hacer la selección española, estaba íntimamente convencido de que Bahamontes se hallaba capacitado para ganar el Tour si se dejaba dirigir. Por eso aceptó la primera condición del toledano: "Si voy yo, no va Loroño".
Francia tenía sus propia guerra ciclista: Bobet, Geminiani, Riviere y Anquetil se miraban de reojo. Langarica supo aprovecharlo. Había dejado a Loroño en casa, lo que le costó mil problemas en Bilbao. Se jugó el cuello por elegir como líder único a Bahamontes. Al loco.
En la contrarreloj de Nantes, el 'lechuga' -así le llamaban- se vistió de zorro: se dejó cazar por la figura de seda de Anquetil y se colocó a rueda. Así sólo perdió dos minutos. Sus rivales le esperaban en los Alpes. Se equivocaron. Fue en los 219 kilómetros entre Albi y Aurillac, en el horno del Midi. Aceleró de salida y tumbó por más de 20 minutos a Gaul y Bobet. Luego ganó la cronoescalada al volcán, al Puy de Dome. Y dio la puntilla en La Romeyere, el puerto del helado, en compañía de Gaul. Tenía que ser allí. «Federico ya no es un loco», dijo de sí mismo. Un genio.

EL HELADO DE BAHAMONTES
Tour de Francia de 1954, en las estribaciones del primer puerto de la jornada, La Romeyre, Bahamontes va acompañado de 3 ciclistas, 2 franceses(el bretón Jean Mallejac que fue segundo en un Tour y Jean Le Guilly) y un suizo, Fritz Schaer, que fue finalmente segundo en la etapa tras Lucien Lazarides. En los primeros kilómetros de la subida, el coche de la selección suiza llega hacia su ciclista para decirle que no releve, y en ese momento saltan unas piedrecitas de la calzada que van a parar a la rueda de Bahamontes rompíendole varios radios de una de sus ruedas. Para que no le rozase, Fede destensó el freno de esa rueda para poder seguir hasta la cima, y les dió los dos habituales hachazos con los que reventaba a sus rivales, uno para probar como van las fuerzas y el otro el definitivo, para marcharse en solitario. Y por supuesto se fue solo. Y coronó tranquilamente con un par de minutos de ventaja. Pero así no se podía bajar, y le tocó esperar en la cima. Y a Bahamontes, clown, extraño y suyo, muy suyo, no se le ocurrió otra cosa que pasar el rato comiéndose un helado, en un puesto cercano. Se acercó al vendedor y, sin hablar siquiera ya que no sabía nada en absoluto de francés, con 2 dedos se lo señaló: "deux boules" murmuró el comerciante, y le preparó un cucurucho con 2 bolas de helado de vainilla, que se tomó Federico Martín Bahamontes en la cima de la Romeyre, esperando a que el jeep que había provisto la organización para Julián Berrendero y la selección española llegase. Y así estaba él, lamiendo su helado en medio del Tour de Francia.Y la prensa se ensañó, fotos por doquier... daba la impresión de que se tomase la carrera a cachondeo, así ilustraban los tabloides sus ediciones como una anécdota divertida de la carrera.

BAHAMONTES Y EL TOURMALET
A Alphonse Steines, un colaborador de Henri Desgrange, el inventor del Tour, se debe el descubrimiento del Tourmalet como cumbre ciclista, por allá el invierno de 1910, unos meses antes de que Octave Lapize lo franqueara por primera ocasión en la historia. A Federico Martín Bahamontes se debe el honor de no haberse acobardado nunca con la dureza y la magia del Tourmalet. Todavía hoy El Aguila de Toledo mantiene su particular récord en la ronda francesa. En cuatro ocasiones atravesó la legendaria cima en primera posición.

domingo, 17 de febrero de 2008

Fausto Coppi

Fausto Coppi tuvo una vida de novela, y su muerte no lo fue menos. Pero la historia del campeonissimo todavía se sigue escribiendo. Por increíble que parezca, hoy en día, 48 años después de su multitudinario entierro, aún surgen nuevos intérpretes de su fallecimiento. El último ha sido Mino Caudullo, un antiguo dirigente del CONI (Comité Olímpico Nacional Italiano). Asegura que Coppi no murió por culpa de la malaria, según establece la partida de defunción, sino por un misterioso veneno que le suministraron en África. Es el último capítulo en la biografía de uno de los mayores mitos de la postguerra, en los años cincuenta.
Fausto Coppi fue un genio sobre la bicicleta, pero tuvo un problema. Nació en el momento equivocado, el 15 de septiembre de 1919. Italia aún se sacudía la metralla de la Gran Guerra y, como los demás hijos de esa época, su vida acabó cruzándose constantemente con el belicismo. La II Guerra Mundial fue la culpable de que él sumara sólo dos Tours en su currículo. La carrera francesa se suspendió de 1940 a 1946, ambos incluidos. Para entonces Coppi ya estaba despuntando.
A los ocho años se montó por primera vez sobre una bici. La usó para su primer trabajo, de repartidor de un ultramarinos. Gracias a Biagio Cavanna, el mago de los músculos, pensó en ser ciclista, y se convenció de ello cuando acudió al Giro del Piamonte y encontró a su mayor rival, Gino Bartali.
Bartali, apodado el monje volador, representaba la antítesis de Coppi. El primero fue ordenado, religioso, tenaz... y longevo. Murió en mayo del 2001, a los 85 años. Coppi fue desordenado, hombre de izquierdas, elegante, melancólico... y murió prematuramente, a los 41 años. Pero incluso, pese a sus vidas tan separadas, siempre se les puede buscar un punto común. En la nueva versión sobre la muerte de Coppi, el personaje clave en la trama es el padre René, un benedictino francés. Otra vez un monje se cruza en el camino del campeonissimo.
Todo surgió con una entrevista publicada este mes en el diario deportivo Corriere dello Sport a Mino Caudullo, en la que éste contó una experiencia vivida en 1985 con motivo de un viaje suyo a Burkina Faso (antes, Alto Volta) en representación del comité olímpico. Allí se encontró con el fraile, octogenario, quien le reveló un secreto de confesión que escondía una historia inaudita. Al parecer, unos africanos querían vengar la muerte de un ciclista de Costa de Marfil, un tal Canga, que se despeñó por un barranco en extrañas circunstancias durante una carrera donde participaban corredores europeos. Según el padre René, la familia del fallecido suministró a Coppi un veneno a base de hierbas. .No se sabe cómo.
Él, efectivamente, acudió a finales de 1959 a Uagadugu, acompañado de Anquetil y Geminiani. Diez días después de volver del viaje, Geminiani, compañero de habitación de Coppi durante aquellos 16 días, se sintió mal. Era el 23 de diciembre. Sufría de malaria y se restableció enseguida. Coppi tuvo los mismos síntomas y el 27 de diciembre no pudo levantarse de la cama y tuvo que ingresar en el hospital. Entonces, cambió el diagnóstico: se trataba de pulmonía. El hermano de Geminiani telefoneó al hospital, pero la respuesta de los doctores fue: 'No te preocupes por la salud de Fausto'. El 2 de enero de 1960, tras una noche de agonía, Coppi murió. No era gripe ni pulmonía, sino malaria.
Pero ahora insisten los monjes del monasterio de Koubri: 'Coppi fue envenenado como venganza por la muerte de un corredor de Bouake (Costa de Marfil)', asegura el padre Adriano, compañero del fallecido padre René. 'Creo que murió en una caída en el Tour. Su familia y los amigos querían vengarse y le envenenaron con una poción muy conocida en Burkina Faso, hecha con una hierba de la tierra. Actúa lentamente y causa fiebres altas'.
Sin embargo, esta historia no escapa a la sospecha. ¿Cuánto hay de cierto? ¿Por qué Coppi murió, y no Geminiani? ¿Por qué Caudullo no desveló todo esto en 1985, al conocerlo? ¿Cómo es que le contó aquello el padre René? ¿Dónde murió el ciclista africano? De momento, la fiscalía de Roma ha abierto un expediente para investigar cuánto hay de cierto en esta versión. De momento el Tour no tiene constancia de que haya participado nunca en él un ciclista de Costa de Marfil.
Además, hay respetables opiniones que alientan el escepticismo. La más cercana proviene del hijo de Coppi, Faustino: 'La única certeza es que si mi padre hubiera sido tratado correctamente habría vivido. Dijeron que tenía pulmonía, le administraron cortisona y entró en coma enseguida'.
La justicia italiana está dispuesta a llegar a la exhumación del cuerpo de Coppi. Ahí surgen más dudas. ¿Es posible verificar la causa de su muerte después de 48 años? Italia, como en los tiempos de Coppi y Bartali, ha vuelto a dividirse en dos. Los que quieren llegar hasta el fondo, aun a costa de revolcar la memoria del campeonissimo, y quienes se refugian en el silencio porque, piensan, con los mitos no se juega. Unos y otros convendrán en lo mismo: el misterio persigue a Coppi.

De familia humilde, consiguió su primera bicileta con 8 años y la utilizó para trabajar como repartidor de la tienda de comestibles de la población vecina de Novi Ligure. En 1937, conocería su descubridor Biagio Cavanna que lo animó a que participara en carreras no profesionales. Las excepcionales características físicas no tardaron en aflorar en el joven Coppi.

En 1939, pasa a profesional donde gana seis carreras esa misma temporada. Pero el salto a la fama de Coppi fue un año después cuando, empezando como gregario de Gino Bartali, consiguió el primero de sus cinco Giros de Italia. Además, esta victoria le convirtió en el corredor más joven que se hace con el triunfo absoluto en el Giro de Italia con 20 años, 8 meses y 25 días, un rècord todavía imbatido. Además en 1940 y 1941, se proclama campeón italiano de la especialidad persecución.

En 1942, establece el récord de la hora en el velódromo Vigorelli de Milán, dejando la nueva marca en 45,871 km, un récord que resistió 14 años hasta la plusmarca de Jacques Anquetil en 1966.
Pero la guerra parte su carrera ascendente. Enviado a Africa con la infantería "Divisione Ravenna" es hecho prisionero por los ingleses, puesto en libertad en 1945.
En 1945, corre alguna carrera con la sección de ciclismo de la Società Sportiva Lazio.

En 1946, nace el legendario noviazgo entre Fausto Coppi y el equipo Bianchi, al que el campeón italiano estaría ligado durante una década. La llegada de Coppi pronto da sus frutos cuando gana su primera Milán-San Remo con una épica fuga que empieza en el Paso del Turchino y que acaba con 14 minutos de ventaja sobre el segundo clasificado. Ese año también gana tres etapas del Giro (aunque la general se la llevaría Bartali) el Gran Premio de las Naciones, el Circuito de Lugano y el Giro de Lombardía. En 1947, siete años después del primero, gana su segundo Giro de Italia.

En 1949, llega la definitiva consagración internacional de Coppi. Primero gana la vuelta San Remo-Lombardia y en el Giro (que también se adjudica) firma una de las que seran sus hazañas más célebres: 192 kilómetros en solitario en la etapa entre Cuneo y Pinerolo. El famoso periodista Mario Ferretti diría en su crónica una frase que entraría en la historia del ciclismo:
Un hombre solo al mando, su maillot es blanco y celeste. Su nombre, Fausto Coppi.
Con el tercer Giro en el bolsillo, encara su primer Tour de Francia. Fausto empezó muy mal, perdiendo més de media hora en la primera etapa. Pero se supo recuperar, dominando las dos etapas contra el reloj e imponiéndose en la etapa entre Briançon y Aosta. Consigue la victoria en la general siendo el primer hombre que consigue ganar Giro y Tour en el mismo año, mientras que en Francia nace el mito de "Fostò".

En 1950, Coppi tiene un inicio de temporada espectacular. Se adjudica la París-Roubaix y la Flecha Valona. Pero la suerte le da la espalda al "Capionnissimo" cuando en la etapa del Giro entre Vicenza y Bolzano, un corredor que va por delante hace caer a Fausto, lo que le provoca fractura de tres costillas por lo que da por concluida la temporada.

En 1951, las cosas no mejoraron para Coppi ya que su hermano Serse, también ciclista, murió en el Giro del Piemonte, causa de otra caída. La muerte de su hermano afecta a Fausto que hace un discreto Giro. De todas maneras, en el Tour de ese mismo año (y aunque sufre una crisis nerviosa), gana la etapa alpina entre Gap y Briançon.

En el 1952, reconoce por completo su agnosticismo, declaraciones que levantan ampollas en la sociedad italiana hasta el punto que los transalpinos se declaran seguidores de Coppi (agnóstico) y de Bartali (católico convencido).
Ideologías religiosas aparte, 1952 vuelve a ser un año excepcional para Coppi. Gana tres etapas del Giro de Italia, cinco en el Tour (una de ellas, la primera llegada al Alpe d'Huez de la historia de la "Grande Boucle" y que desde entonces la ronda francesa dedicó una cima a Coppi), y llegar con el maillot marillo a París.

En 1953, és el año en el que consigue el quinto Giro de Italia y también gana el campeonato del mundo en Lugano, pero ya su actividad se estaba reduciendo por culpa de algunos accidentes. En esa ronda italiana, Coppi fue el centro de la crónica rosa del momento por tener una relación extraconyugal con Giulia Occhini, mujer del doctor Locatelli, apasionado seguidor de Coppi. Occhini sería conmocida en adelante como la "Dama Blanca". Fausto y Giulia iniciaron una larga historia de amor y donde el propio Papa llegó a condenarla abiertamente. Coppi y su primera mujer Bruna Ciampolini se sepraron en 1954, mientras que Locatelli denunció a Occhini por adulterio. Como consecuencia, la mujer tuvo que ingresar en la cárcel mientras que a Coppi se le retiró el pasaporte. Tras muchas dificultades, la pareja se casó en México (matrimonio nunca reconocido en Italia) y tuvieron un hijo, Faustino.

En 1954 gana una de sus últimas grandes carreras el Giro de Lombardía. En el 1959 con algunos ciclistas franceses participa a una carrera y a sesión de caza en el Alto Volta (actual Burkina Faso). y allí es infectado por la malaria. La diagnosis de la enfermedad fue hecha con retraso y la enfermedad misma fue curada mal, así que Fausto murió con tan solo 40 años.


COPPI ARRASA EN EL GIRO
Fausto Coppi, es considerado por muchos como el mejor ciclista de todos los tiempos, junto a Eddy Merckx. Aunque su palmarés no es tan impresionante como el del belga, hay que tener en cuenta que su carrera se vio interrumpida en parte por la II Guerra Mundial. Aún así, figuran en su palmarés 2 Tours (9 etapas), 5 Giros (22 etapas), 1 Campeonato del Mundo, 1 París-Roubaix, 5 Giros de Lombardía y 3 Milán-San Remo.

Nos situamos en el año 1949, concretamente en el Giro de Italia, que tras afrontar las duras etapas Dolomíticas acometía en este día una jornada trascendente que transcurría en parte por territorio francés. Se salía de Cuneo y se llegaba a Pinerolo con un recorrido a lo largo de nada menos que 254 kilómetros, itinerario agresivo si se tiene en cuenta que se debieron salvar cinco majestuosos puertos de alta montaña: Vars, Izoard, La Madeleine, Mont-Genève y por último la ascensión a Sestrières. Todos ellos juntos representaban una subida equivalente a 90 kilómetros, amenizados por un frío intenso y una lluvia constante. La niebla cubría celosamente las cumbres y el espectáculo en su conjunto era verdaderamente dantesco.
Coppi, aquel día, se impuso con una facilidad asombrosa, inaudita. Estuvo en fuga, sólo en cabeza, a lo largo de 192 kilómetros. Su 'eterno rival', Gino Bartali, otro campeón de fama reconocida, pisó la cinta de llegada a más de doce minutos. En la clasificación final del Giro, el toscano fue segundo a casi veinticuatro minutos del legendario Fausto Coppi.

Otra hazaña a resaltar nos sitúa también en el Giro de Italia del año 1953, en la etapa Bolzano-Bormio, en la cual se afrontaba el célebre Stelvio con sus 2.758 metros de altitud. Era líder el suizo Hugo Koblet, quién conservaba una ventaja de 1'59" sobre Coppi, segundo en la clasificación general. El corredor helvético acaparaba todos los pronósticos a su favor. Le amparaba su juventud y su buen momento de forma. Era la gran estrella de la nueva generación y del futuro reciente.
En los primeros trazos del Stelvio, Coppi atacó con valentía y convicción. El gran pelotón se rompió en mil pedazos y Koblet, resistente al principio, debió capitular ante la evidencia de los hechos. Se encontró indefenso frente al italiano que parecía volar sobre el asfalto. En la cinta de llegada, las multitudes aclamaron con gran entusiasmo a su ídolo, Coppi, a la postre vencedor final de la edición, mientras que Koblet, ahogado por los esfuerzos, hacía su entrada a casi cuatro minutos en un amargo día que jamás olvidó.








domingo, 10 de febrero de 2008

Maurice Garin

Entró vivo en la leyenda al ser el primer ganador del Tour. Y nada más merecido, porque él era el arquetipo del ciclista en todo aquello que constituye su grandeza y popularidad.
Maurice Garin nació en Aviers, en el valle de Aosta, un 23 de Marzo de 1871. Era, pues, italiano aunque no sabía hablar una sola palabra que no fuese en el dialecto de su valle (según las autoridades italianas de la época), que no era otro que el francés.
Maurice se ganaba la vida atravesando la frontera para trabajar como deshollinador en las ciudades francesas. Era una tradición en los Alpes el proveer de deshollinadores que atendiesen las chimeneas de las grandes ciudades y de las familias burguesas.
Se estableció definitivamente (tras una larga marcha a pie en compañía de su padre y sus hermanos) en un pueblo llamado Lens, en donde se libró de trabajar como minero gracias a sus dotes de albañil y a la recomendación de un paisano –llegado varios años antes que él- que le consiguió un trabajo en una empresa de albañilería.
Cuando se convirtió en una gloria ciclista le apodaron el Pequeño Deshollinador; lo de Pequeño iba por su corta estatura (1,62 m. 61 kg), que aún chocaba a los que decían que éste era un deporte de atletas.
Entusiasmado por los éxitos de los primeros velocipedistas, ahorró lo suficiente para comprar una máquina cuando tenía veinte años. Dos años más tarde se convertía en una vedette, imponiéndose en dos carreras de gran fondo plagadas de sportmen, como se llamaba a los amateurs de la época. Los 800 km. de París y la Dinant-Namur-Dinant.
Con una regularidad de metrónomo, y un coraje y resistencia excepcionales, se impuso en los dos años siguientes en las 24 horas de París, y la París-Le Mans (1896), y participó en la primera edición de París-Roubaix, prueba que ganaría las dos temporadas siguientes.
Su victoria en el Infierno del Norte provocó oleadas de entusiasmo, y esto no es un eufemismo. En su segundo triunfo, el velódromo de Parc Barbieux estaba abarrotado y los hinchas que no encontraron sitio en él se subieron al tejado de una casa vecina provocando su hundimiento…
Había nacido una estrella. Una estrella que crecería en todos los corazones en los años venideros, en los que Maurice Garin, acompañado de sus hermanos César y Ambroise, acumuló un buen número de victorias.
Cuando Henri Desgranges lanzó la idea del primer Tour de Francia, Maurice fue el primero en apuntarse. Todos sus hinchas esperaban su victoria, y no se vieron decepcionados.
Esta popularidad explica el porqué, al año siguiente, los comisarios esperaron cuatro meses para descalificarle (pensarían que era mejor aguardar a que se enfriasen las pasiones desatadas por su triunfo en la carretera). Si hubiesen tomado esta decisión a pie de meta, seguro que se hubiera producido un motín con linchamientos entre las filas de los comisarios…
Esta descalificación a la que se añadía una suspensión por dos temporadas, puso fin a la carrera del Pequeño Deshollinador, que contaba entonces treinta años. Se retiró a Lens donde abrió un garaje que mantuvo hasta los años cincuenta.
Invitado a dar la salida del Tour de 1953, Maurice Garin, con buen aspecto a pesar de sus 82 años, se contentó con una breve alocución:
Mis jóvenes amigos, jamás podréis comprender las dificultades que tuvimos que afrontar con nuestras máquinas rudimentarias, sobre carreteras imposibles. Estas eran más hostiles que nuestros enemigos y, sin embargo, cuántos bellos recuerdos han dejado en mí.
El recuerdo de una gloria jamás empañada, de una vida que no hubiera alcanzado sin la bicicleta y, sobre todo, de una promoción social inesperada. Maurice Garin dijo en 1902 a un periodista: Antes que campeón soy un hombre del pueblo. No sabía que estas dos nociones se harían consustanciales al deporte ciclista.


MOMENTOS CLAVE DEL PRIMER TOUR (1903)
Eran setenta y seis en la salida, delante del restaurante El Despertador., en Montgeron. Setenta y seis pioneros partiendo hacia lo desconocido en este primer Tour de Francia, corrido sobre seis etapas para una distancia total de 2407 km., o sea una media superior a los 400 km. por etapa.
El 1 de Julio a las 15 h. 16’ se dio la salida hacia Lyon. Maurice Garin llegaría el primero a las 9 de la mañana del día siguiente. Los corredores se pusieron de nuevo en camino, esta vez hacia Marsella, en la noche del 4 al 5 a las 2h 30’ de la madrugada. En la Canebière, hacia las 17 h esta vez, gana Acouturier, pero sin problemas para Garin puesto que el Coloso había abandonado en la primera etapa y no corría sino como parcial (una categoría inventada por los organizadores, temerosos de quedarse sin ciclistas en carrera).
Pero esta fórmula apenas viviría dos días. En la tercera etapa Acouturier se puso descaradamente de parte de Georget, por lo que se decidió separar los dos pelotones. Primero salió el de los corredores que optaban a la clasificación general y, una hora más tarde, los parciales. Garin hizo toda la carrera en cabeza, atacando sin desmayo para eliminar a sus más temible enemigo: Georget. Garin llegó fresco a la meta y aún tuvo arrestos para declarar a los periodistas: misión cumplida, aunque no ocultó su desilusión por perder al sprint delante de Orange, Sanson y Pothier –que estuvieron todo el rato a su rueda sin darle un relevo-.
La etapa que acababa en Bordeaux (268 km.), vio su salida a las 3h de la mañana delante del Café de Sion, donde un cinematógrafo proyectaba imágenes de las etapas anteriores en una sábana blanca.
Esta vez fue Garin quien se llevó la etapa, aunque sólo fuesen los árbitros quienes le vieron cruzar la línea de meta en primera posición. Para muchos no hubo duda de que fue el Brúseles Sanson quien había ganado la etapa de una forma limpia y honrada pero…
El 14 de Julio, en Nantes, venció sin contestación posible asegurando su victoria final ya que Georget había abandonado, y a Pothier –la revelación- le llevaba una buena ventaja. No contentándose con lo adquirido hasta entonces, ganó la última etapa en París, entrando así en la historia. Su ventaja sobre Pothier (2º), fue de 2h 49’ 45”, y sobre Millocheau, 21º y último clasificado, de 6h 24’ 22”.

domingo, 3 de febrero de 2008

Luis Ocaña

Corría entre dos sombras y de dos sombras escapaba: la de Eddie Merckx y la suya.
Luis Ocaña ha muerto violentamente, detenido por su propia mano, como vivió violentamente sobre la bicicleta, impulsado por sus propias piernas. Murió y pedaleó en la soledad del suicida y el luchador, respetando hasta el final una imagen de infortunio, aislamiento e intransigencia que contribuye a explicar dos actitudes distintas: una de suprema renuncia y otra de rebeldía.
Eddy Merckx había dicho de él: «Reúne más condiciones que yo. Si fuera más inteligente en carrera, obtendría mejores resultados». Una verdad a medias. Ocaña no era mejor que Merckx -nadie lo era y quizá nadie lo será-, pero sí pecó de un exceso de combatividad inoportuna que lo perjudicó en muchas ocasiones.
Su vehemencia era hija de un espíritu inconformista que lo convirtió en el único en osar combatir la dictadura del campeonísimo belga, allí donde los demás la acataban. Toda la vida deportiva de Ocaña fue una pelea incesante para sacudirse esa losa con nombre y apellido que elevó al ciclismo a sus más altas cotas, al tiempo que amenazaba con asfixiarle.
No lo consiguió a la postre porque la lucha era demasiado desigual, pero escribió algunas de las páginas más bellas de un deporte épico. La dimensión de Ocaña habría alcanzado mayor altura si Merckx no hubiera sido su contemporáneo. Entre ellos se estableció una relación que en Merckx era serena en su dominio, y en Ocaña feroz en su frustración.
Ambos fueron los herederos del dúo Anquetil-Poulidor y precedieron al formado por Indurain y Bugno. Una historia de tiranía e inconformismo que, en el caso de Bugno, ha terminado por ser de domesticación confesa, de abandono de ilusiones y responsabilidades. Poulidor y Ocaña nunca se resignaron. El español vivió más peligrosamente que el francés. El riesgo lo llevó unas veces al paraíso y otras al purgatorio.
Ocaña giró largamente en torno a Merckx como la vida del condenado gira brevemente en torno al verdugo. Cuando triunfó, lo hizo sobre Merckx o sobre su recuerdo. Cuando perdió, fue a causa de Merckx o su amenaza.
Ocaña corría contra dos sombras y de dos sombras escapaba: la de Merckx y la suya. Ambas lo estimulaban y lo rendían. Ambas se concentran, por encima de todo, en el Tour, una prueba a la altura de ambos porque ambos eran dignos de esa prueba. En el Tour halló Ocaña su mayor desgracia y su mayor gloria.
En l971 esa bruja y esa hada cabalgaban en su bicicleta. En la etapa Grenoble-Orcières Merlette, Ocaña se vistió con el jersey amarillo y dejó a Merckx a casi nueve minutos. En aquel Tour pudo producirse una derrota histórica del belga que acaso hubiera cambiado en parte las relaciones de poder entre ambos hombres. Pero Ocaña cayó en el descenso del maldito para siempre col de Mente y el sueño se hizo añicos.
La historia es sobradamente conocida y difundida por igual por los cantares de gesta y los juegos de lágrimas. No hay un Ocaña antes y después de ese hecho, pero sí un Ocaña resumido en dos días que conmovieron al mundo ciclista: el Ocaña imperial y el Ocaña desventurado.

Este hombre nacido el 9 de junio de 1945 en Priego (Cuenca) y que obtuvo, como excepcional contrarrelojista que era, su primera resonante victoria en el Gran Premio de las Naciones (1965) en categoría amateur, ganó muchas carreras, aunque menos de las que hubiera merecido: la Vuelta a España (1970), la Setmana Catalana (1969 y 1973), el Midi Libre (1969), la Vuelta a la Rioja (1969), el Dauphiné Libéré (1970, 72 y 73), la Vuelta a Cataluña (1971), la Vuelta al País Vasco (1973), el Gran Premio de las Naciones (1971) y un largo etcétera, incluidos sus dos títulos de campeón de España (1968 y 1972).
También fue segundo en la Vuelta a España (1969, 1973 y 1976) y tercero en la misma Vuelta (1971) y en el Campeonato del Mundo (1973). En el Tour, en el que debutó en 1966, ganó una etapa en 1970, dos en 1971 y seis en l973, el año de su triunfo final. Lució durante veintiún días el jersey amarillo de «La Grande Boucle».
El catálogo de sus éxitos va unido al de sus desdichas, muchas de ellas fruto de su descontrol. El Tour del 70, el del 72, incluso el glorioso del 73, la Vuelta del 74... fueron testigos de caídas y percances. Aquí y allá bronquitis, resfriados y forúnculos fueron creando el perfil de un Ocaña pedaleando por el filo de la navaja.
Una vida áspera en lo bueno y lo malo que se prolongó cuando abandonó el ciclismo. A él había llegado a través de la emigración a Francia cuando contaba once años de edad. El ciclismo le proporcionó el suficiente dinero como para adquirir viñedos en Mont-de-Marsan, su lugar de residencia. Su público apoyo político al ultraderechista Jean-Marie Le Pen debe entenderse como un deseo de olvidar su humilde origen y como la consecuencia de un carácter frecuentemente abrupto.

Cuando abandonó el deporte, en 1977, no halló la calma. Ni como seleccionador colombiano, ni como director del Teka y el Fagor, ni como mánager del belga ADR, ni como relaciones públicas del Puertas Mavisa encontró acomodo. En todas partes chocó por razones que unos consideran sinceridad insobornable y otros intolerancia.
¡Quién sabe! ¡Qué más da! Cada persona es un enigma y a nosotros nos gusta recordar a Ocaña en la nada misteriosa esfera del esfuerzo supremo. Nadie conoce por qué se ha matado. Se habla de que los negocios no eran boyantes; del abandono de su esposa Josianne; de la mala relación con su hijo Jean-Louis, que lo iba a hacer abuelo (también tenía una hija llamada Sophie); de su cáncer, consecuencia de una transfusión de sangre después de uno de sus accidentes automovilísticos.

Ocaña conducía como un loco y estuvo a punto varias veces de perder la vida en la carretera. Con la bicicleta, con la palabra, con el coche, Ocaña fue agraciado y castigado por sus arranques. Su último impulso fue empuñar un arma de fuego y volarse la cabeza. Demasiadas cosas dentro de ella para seguir viviendo. Que nadie lo llame cobarde. No hay mayor gesto de valentía que ir hacia la muerte, como hacia la victoria, por el camino más directo.


OCAÑA-MERCKX
A Luis Ocaña en Francia le llamaban l'Espagnol. En España, el francés. Él decía: "Yo soy más español que el Caudillo. Quiero correr en la selección española". Pero el seleccionador, Gabriel Saura, y Luis Puig, que era presidente de la federación, y el delegado de deportes, Samaranch, le respondían: "No queremos corredores comunistas en el equipo".
-Pero si yo mataría por España...
A las afueras de Priego, en un peñasco entre olivos, en un terreno que le regaló el Ayuntamiento, Luis Ocaña se construyó un torreón. Lo dibujó, lo planeó y diseñó los muebles a su gusto recordando su pasado de aprendiz de ebanista. Pasaba algún día que otro y el resto del año lo dejaba cerrado. Lo vendió enseguida, harto de los destrozos de los vándalos y los rateros. Era el único vínculo material con el pueblo de Cuenca en el que nació en 1945. Luis Ocaña llegó a Francia en 1957, cuando tenía 12 años, con sus padres y su hermana Amparo, que se fue a vivir a Lourdes, y su hermano Antonio. En Francia nacieron dos hermanos más, Marie France y Michel.
"En España trabajábamos como negros y no ganábamos para vivir. Habíamos perdido la guerra. Un kilo de pan al día le daban a mi padre por su trabajo. Nos vimos forzados a emigrar".

Salieron de Priego en 1951, cuando Luis Ocaña tenía seis años y apenas había tenido tiempo para aprender a leer y escribir en la escuela del pueblo. Antes de llegar a Francia pararon en el Valle de Arán, donde se necesitaba mano de obra para la construcción de una central hidroeléctrica. El padre se hizo carpintero-encofrador y trabajó allí, a la sombra del Portillon, el puerto que lleva a Francia, en las fuentes del Garona. Pero la casa que les asignaron era oscura. Luis era un niño enclenque, tenía problemas respiratorios, necesitaba luz, necesitaba sol. Un día se decidieron y cruzaron la frontera como había hecho antes Cándido Soria, su tío. Recordaba Ocaña: "Primero fuimos a Magnan, en el Gers, al norte de Pau, donde estuvimos dos años, y luego a Le Houga, el pueblo de al lado. Para un emigrante no hay mucho donde elegir, o las minas, o los pinos, o jornalero en el campo. Fui a la escuela en España, y no se me daba mal, pero en Francia no fui mucho tiempo. Es muy difícil comenzar todo de cero. Sólo mantengo la pasión por la pintura y el dibujo".
Entró en el gran ciclismo y enseguida su soberbia chocó con un monstruo, con Eddy Merckx, El Caníbal. Decía: "Eddy me ganaba en la bicicleta, pero un día estuve de juerga con él hasta la madrugada y no me aguantó el ritmo".
Ocaña le tenía mucho miedo a Merckx. Le decía a Nemesio Jiménez, un ciclista del Kas: "Este hijoputa nos mata". Tampoco los demás corredores de la época le querían mucho al belga. Dice Nemesio: "Era muy ansioso, no dejaba nada para los demás, hasta esprintaba en las metas volantes. Le fastidiaba que alguien tomara la iniciativa. Cuando nos movíamos en la montaña nos decía: 'Españoles de mierda'. Y yo le respondía: 'Cada uno en su terreno, que vosotros en Roubaix buenas palizas nos dais".

Ocaña, el personaje más singular que ha dado el ciclismo, el corredor sin medida en la vida y en la carretera, fue el ciclista de la valentía desmesurada, de la personalidad extrema que le llevó a ver el ciclismo, y la vida, como un asunto de todo o nada: como su intento de derribar al tirano Merckx a toda costa, en su interpretación del ciclismo como una lucha sin tregua. Ofensivas sin fin hasta la derrota final.
-Para ganar a Merckx hay que atacar todo el tiempo y hacer la carrera dura.
En el Tour de 1971 Ocaña estuvo a punto de acabar con Merckx.
El jueves 8 de julio se disputó la 11ª etapa, Grenoble - Orcières-Merlette, de 134 kilómetros. Los días anteriores Ocaña había puesto a prueba a Merckx en el Puy de Dôme y en el puerto de Porte y había visto que el belga flaqueaba. Camino de Orcières Merlette se puso de acuerdo con los del Kas para ir a bloque desde la salida. Fuente atacó desde Grenoble. Dejó a Merckx sin equipo, pero él tampoco estaba muy bien y se quedó en el puerto de Laffrey, donde Ocaña ya se había ido solo. Ocaña llegó solo a la cima de Orcières-Merlette con 8.42m de ventaja sobre Eddy Merckx. Fue una fuga heroica, bajo un sol incandescente. Era la primera gran derrota del belga, quien, sin embargo, se negó a rendirse y cargando con todo el pelotón a su espalda luchó hasta el final. Ocaña dijo años después: "Eddy Merckx era muy superior a todos y había, por tanto, que atacarlo en un terreno muy duro, como en Orcières-Merlette, un final en alto. Por eso preferí los Alpes a los Pirineos. En los Pirineos todos los cols estaban situados muy lejos de las llegadas, con lo que era más difícil establecer grandes diferencias. Si hubiera habido en los Pirineos una llegada a Luz Ardiden, por ejemplo, la cosa habría cambiado".

Pero Merckx nunca se rendía. Herido, moribundo, como los toros en la plaza, siguiendo su comparación, era aún más peligroso. Atacó en el largo descenso de Orcières-Merlette a Marsella. Volvió a atacar en los Pirineos. En el descenso del col de Menté, convertido en un arroyo de agua y barro por una tormenta de granizo que estalla, repentina, Ocaña intenta seguir el ritmo desaforado de Merckx y se cae en una curva. Cuando se iba a levantar, Zoetemelk, que llega lanzado, le golpea en la espalda.

Media España esperaba a Ocaña en el Portillon, el siguiente puerto tras Menté, el lugar en el que se estableció la familia Ocaña nada más emigrar desde Priego. La tormenta ha dejado su sitio al sol. Pancartas. Ánimos a Ocaña rotulados en la carretera. Pero Ocaña vuela en un helicóptero hacia un sanatorio en St. Gaudens. Cuando vieron que no llegaba Ocaña, en el Portillon, unos cuantos energúmenos, con el transistor en la oreja, la tomaron con Merckx. Le escupieron, le insultaron, le tiraron piedras...
Le contó después Ocaña al escritor Christian Laborde, un ferviente admirador: "Anquetil me dijo que había cometido el error de querer seguir a Merckx. Y yo le respondía: 'Pero Jacques, yo no quería seguirle, no podía pararme, no tenía frenos...' Nadie se podía parar, empezando por Merckx mismo y todos los que me golpearon cuando estaba caído. ¡Y no era por la lluvia! Con lluvia sabemos bajar, sabemos cómo secar la llanta con frenadas cortas y seguidas. Pero aquella tarde el Menté era el barro, era la arcilla que atravesaba la curva como un arroyo, allí no se podían utilizar los frenos".

En la meta, Merckx se negó a ponerse el maillot amarillo. "No, no me pertenece. Este Tour lo he perdido, no tengo nada que hacer, me vuelvo a casa". Al día siguiente salió en dirección a Superbagnères sin ponerse el maillot amarillo. "Habría preferido quedar segundo después de una dura batalla que ganar en estas condiciones. Será una victoria manchada para siempre".
En 1972 Eddy Merckx ganó su cuarto Tour consecutivo. Ocaña salió con bronquitis, con una tos que no le había abandonado desde marzo. Terminó con fiebre, escupiendo sangre. Los médicos le hicieron abandonar en los Alpes.Ocaña ganó finalmente el Tour de 1973, pero no logró derrotar a Merckx, quien no disputó aquel año la grande boucle. Había preferido correr la Vuelta para tener las tres grandes en su historial. Ocaña se suicidó en 1994.


ESTACIÓN ALPINA DE LES ORRES (1973)
Después de las primeras etapas, el corredor conquense vestía el maillot amarillo cuando se iba a afrontar la octava etapa,
un terrible trayecto entre Méribel-les-Allues y Les Orres,
con la Madeleine, Télégraphe, Galibier e Izoard y final
en la ascensión a Les Orres.
Los rivales previstos eran Thévenet y Fuente fundamentalmente.
La Madeleine se subió a tren, pero en el Télégraphe José Manuel Fuente empezó a lanzar ataques cortos y repetidos:
solamente Ocaña y Thévenet le resisten;
Zoetemelk consigue enlazar por momentos pero vuelve a quedarse.
En la base del Galibier, Zoetemelk alcanza de nuevo la cabeza
junto a Pedro Torres, López Carril y Ovion. A 6 km. de la cima del coloso alpino, Fuente vuelve a atacar y esta vez sólo queda Ocaña en su compañía.
Fuente ataca ... una ... dos .. tres ... veinte veces ... Pero Ocaña está dispuesto a morir sobre la bicicleta, antes que dejar marchar a Fuente. Viendo que no va a poder con el de Cuenca,
el "Tarangu" se sitúa a su rueda sin dar más relevos.
Antes de comenzar a ascender el Izoard, la ventaja de los dos españoles es de 1' 30" sobre Thévenet, López Carril y Mariano Martínez. A 6' 30" circulaba el primer grupo de un pelotón totalmente disgregado.
En la cima Ocaña aventaja al francés en 4' 15" y al primer grupo en 10' 50". A 30 km de meta, Fuente pincha y Ocaña se dirige en solitario hacia la meta. Llega a dejar a Fuente a 2', pero un desfallecimiento en los últimos kilómetros, reduce la diferencia a 58". A 7' llegaron Thévenet y Martínez, Perin a 13',el resto a más de 20'. El coche escoba llegó a más de una hora.
Al ver a los periodistas Ocaña dijo: "Dejadme, estoy cansado, ya lo veis. Nunca había sufrido tanto sobre una bicicleta".