viernes, 26 de diciembre de 2008

Perico Delgado

Perico Delgado es, sin lugar a dudas, el corredor español perfecto, el ciclista popular por antonomasia, el hombre que tantas y tantas tardes mantuvo a millones de espectadores pendientes de la televisión en esas calurosas tardes de Julio, y también en aquellos frescos días de Abril y Mayo. Un hombre que conquistó tan ansiosamente el corazón de los aficionados de su país, que revitalizó una carrera que parecía abocada a las victorias de "completar palmarés" y a sprinters ávidos de buenas clasificaciones generales y dominios de clasicómanos completando su pico de forma.

Un hombre que llegó a la cima, y consiguió sin embargo que en su declive, se le asociase de forma evidente con otro gran campeón que surgía. Esta semblanza simplemente intenta desgranar los motivos de ello, de que Pedro Delgado Robledo, se covirtiese en el único corredor español intachable por todos.

Segoviano de nacimiento, de familia muy normal, de esos mediados de años 60 de progreso en los que creció, Pedro comenzó a montar en bici como una afición, realmente como algo más. Devoraba el tiempo con sus modestas bicicletas, que fue renovando en cuanto pudo con los ahorrillos que conseguía vendiendo periódicos en sus primeros días de juventud. Era un joven español más, un chico corriente que cuando subía en su máquina se convertía en un peligro para sus rivales. Seguramente soñaba con emular a José Manuel Fuente o a Luís Ocaña, que en esos momentos batían el cobre a Eddy Merckx, el caníbal, que hacía casi siempre estéril la quijotesca lucha de los españoles contra él.

Después de la retirada de otros ilustres como Julito Jiménez, otro demasiado olvidado en la actualidad, y Fuente y Ocaña, comenzaba quizá la generación más brillante de la historia ciclista española. En diversos puntos del país estaban creciendo los ciclistas que por fin llenarían de forma total el corazón de la afición española, con un liderazgo unánime con Pedro Delgado. Nacidos desde mediados de los años 50, los José Luís Laguía, Alberto Fernández, Marino Lejarreta, Álvaro Pino, Ángel Arroyo, Pedro Delgado, Peio Ruíz Cabestany o Eduardo Chozas serán los abanderados de la generación de oro, del "boom" del ciclismo en España, los corredores que engancharon a mucha parte de la juventud contemporánea, y a los aficionados anteriores divididos.

Perico, como todos ya le llamaban era un corredor que todavía no estaba hecho. En el Tour había llegado a despuntar, así como había sido amarillo en la Vuelta, pero le faltaba fondo. Varias caídas además le impidieron brillar. Pero justamente fue lo contrario lo que le llevaría al éxito. Su progresión fue una carrera de fondo, con su calidad como base. Fue mejorando, fue puliendo detalles que le hicieron más fuerte, y venció en Luz Ardiden en una etapa apoteósica, aguantando a los escaladores colombianos bajo la niebla. Ese corredor, que acababa de ganar la Vuelta a España tras uno de los finales más extraños, misteriosos, espectaculares y, según algunas voces, compinchados de la historia, estaba casi preparado para dar el salto, para intentar lo máximo, que en España fue, es y seguirá significando Tour de Francia.

Un corredor espectacular, que no renunciaba a jugar sus cartas, y que encima cometía despistes que le hacían mucho más popular, todos recordamos su imagen con un paraguas protegiéndose de la lluvia, o hablando por uno de los pocos teléfonos móviles de la época con nosesabequién en medio de la etapa. Esa forma de ganarse al público, a todos, fue única, y es lo que le faltó a la frialdad de Miguel Induráin, por ejemplo. Perico caía bien fuera de la carretera, y en la carretera era un espectáculo, con su forma de bajar con el culotte casi rozando el tubular trasero. Muchos le llamaron "el loco" por aquello. Y su halo se hizo mítico en Luxemburgo. Nadie sabe qué hubiese pasado en caso de no perderse en las calles del gran Ducado. Pero su popularidad ha traspasado el ciclismo. Ese despiste es una leyenda popular dentro del deporte español.
Posiblemente no fue un corredor más talentoso que Induráin, o que el propio Luís Ocaña, o no subía con la capacidad de Bahamontes, pero sin lugar a dudas, Pedro Delgado, "Perico" para la afición, fue el corredor de todos.

Antes de aparecer en escena el "ogro" de los 90 Indurain,
el rey de la bicicleta en España fue, sin lugar a dudas,
Pedro Delgado. Con él y otros de su generación, el ciclismo
español abandona esa posición en la sombra que ocupaba en el
pelotón internacional para salir al exterior a competir en
igualdad de condiciones que los grandes de la época.
Su irrupción en la escena ciclista internacional se produce en 1983,
un año después de incorporarse como profesional al equipo Reynolds,
cuyo jefe de filas es por aquel entonces Ángel Arroyo.
En el Tour de ese año, los novatos del Reynolds, dirigidos por Echavarri, se aventuran más allá de los Pirineos "a ver que pasa".
En la cronoescalada del Puy de Dome, Arroyo y Perico dan la sorpresa ocupando los 2 primeros puestos y animando la carrera.
Sin embargo, ya por aquel entonces, comienzan a hacerse famosos también por sus temibles pájaras, como la que sufre Pedro en la etapa de Morzine a consecuencia de unos alimentos en mal estado, donde pierde 25 minutos.

En 1984 vuelve al Tour con ganas, pero en la etapa de La Plagne-Morzine
revienta el tubular delantero y va de bruces contra una valla fracturándose
la clavícula derecha. Aún llegó a meta, pero no tuvo más remedio que abandonar.
En la Vuelta a España de 1985 se estrena con su nuevo equipo, el Orbea.
Durante el desarrollo de la carrera su compañero de equipo Pello Ruiz
Cabestany y el escocés Robert Millar se perfilan como favoritos.
En la 18ª etapa, entre Alcalá y Segovia, Perico es 6º en la general a 6 min. y 3 seg. del líder Millar.
Sin embargo, no ha arrojado todavía la toalla: tras el ataque de Recio en el alto de Cotos y en un terreno que conoce, Perico se lanza tras él y le alcanza en la bajada de Navacerrada, llegando
los dos juntos a la meta con ventaja suficiente para que Perico gane su primera Vuelta.
Ese mismo año, Pedro vuelve al Tour, donde sólo consigue ser 6º y se adjudica la etapa de Luz Ardiden.

1986 es el año de su marcha al equipo holandés del PDM, donde quiere perder el miedo a la manera de correr de los extranjeros.
Ese año en el Tour las cosas se presentan bien: gana la etapa de Pau y ya se encuentra 5º en la general, pero el día 20 de Julio fallece su madre y, aunque su familia le insta a continuar, Pedro se retira al día siguiente en la etapa de Alpe D'Huez subiendo la Cruz de Hierro.
La Vuelta de 1987, que gana Lucho Herrera y en la que hace 4º, es una puesta a punto para el Tour. Este año será el de su duelo con Stephen Roche (que ese año había ganado ya el Giro y posteriormente ganaría el Mundial).
Su mano a mano con el irlandés es épico, con Perico atacando siempre que ve ocasión.
Uno de esos momentos es en la etapa de Villard de Lans, en la que posteriormente Perico se lamenta de no haber podido rematar a Roche.
En la etapa de Alpe D'Huez Delgado ya hace historia, puesto que es el primer ciclista español que se viste de amarillo en el Tour desde 1973.
Pero él quiere conservar ese maillot hasta Paris y para ello tiene que ampliar los 21 seg. que le lleva al irlandés. Por eso, en la etapa de La Plagne, Pedro ataca en el último puerto. Se marcha nada más empezar a subir con la idea de meterle 2 minutos a Roche de cara a la contrarreloj de Dijon. Sin embargo, empieza a flaquear a 3 km. de la meta y Roche recupera terreno.
Aunque en la misma meta el irlandés desfallece y han de aplicarle oxígeno,
sólo pierde 4 segundos y al día siguiente sale como una rosa.
En Dijon, Roche gana la contrarreloj con una ventaja de 1 min. 1 seg sobre Delgado, que queda finalmente 2º en el podio de Paris.

1988 es el año de Pedro Delgado. Esa temporada , comienza su preparación con el Giro de Italia, renunciando a correr la Vuelta a España, lo que causa cierto malestar en los organizadores la carrera y en ciertos círculos periodísticos cercanos económicamente a ésta. Sin embargo, parece que la preparación de esta temporada le va bien al segoviano: llega al Tour "como una moto" y el 14 de Julio ya se viste de amarillo en Alpe D'Huez, para ganar la etapa y aumentar su ventaja en la cronoescalada del día siguiente en Villard de Lans.
Todo va sobre ruedas cuando el día 19 en Burdeos sale a la luz la noticia del supuesto dopaje de Pedro Delgado. Aunque posteriormente se retiran los cargos contra él, todos estamos esos días pendientes y nerviosos, especialmente el propio Perico. Finalmente, el día 24, Perico sube de amarillo al podio de Paris.

Al año siguiente, 1989, Pedro Delgado retorna a la Vuelta a España, donde la buena forma del año anterior parece estar con él. En la etapa de Cerler se sitúa ya 5º en la general y gana la cronoescalada de Valdezcaray, quedándose a sólo 2 segundos del liderazgo: al día siguiente se viste de amarillo para no abandonarlo hasta el final.
Aun gana la contrarreloj de Valladolid a Medina del Campo. En la 20ª etapa, Parra, su más
firme rival, todavía tienes ganas de dar la batalla, pero no consigue la suficiente ventaja
para arrebatar el triunfo final a Perico. Es su segunda Vuelta.
Su momento de forma parece idóneo para afrontar el Tour. Sin embargo, un despiste en la etapa prólogo en Luxemburgo le hace perder 2' 40" al llegar tarde a la salida. El revuelo que se forma es monumental y Perico, acusándolo esa noche, pierde 5 minutos más en la contrarreloj por equipos del día siguiente: su desventaja es muy grande como para ganar el Tour. Sin embargo, durante toda la carrera, Pedro se mueve y ataca intentando limar diferencias y termina la ronda gala en tercera posición, a sólo 3'34" de Lemond (que le arrebataría el triunfo en la última jornada al francés Fignon).
Tratando de resarcirse de la mala suerte del Tour pasado, comienza el año 1990 en la Vuelta
a España, pero no puede revalidar su título frente al sorprendente italiano Giovanetti.
Acaba segundo, aunque nos sabe a poco a sus seguidores.
Todos confiamos en que la suerte le sea favorable en el Tour, pero esta vez una gastroenteritis
en los primeros días de carrera le impiden optar a la victoria. En la última contrarreloj
cede el tercer puesto de la general a Breukink.
No todo es mala suerte en ese Tour: el que será el relevo español de Perico comienza a destaparse. Miguel Indurain gana en Luz Ardiden y ya se empieza a pensar que puede llegar a ganar un Tour.

martes, 18 de marzo de 2008

Jacques Anquetil

El 18 de noviembre de 1987, Jacques Anquetil abandonó en su carrera contra la muerte. Vencido por el cáncer, tiró la tohalla como cantaba otro Jacques, Jacques Brel, justo antes de sucumbir, aproximadamente a la misma edad, al mismo e implacable mal.
Jacques Anquetil iba a cumplir 54 años, y fiel a su leyenda, se despedía con una pirueta cargada de la misma fina ironía, de la visión aguda y penetrante que le acompañó a todo lo largo de su fulgurante carrera de campeón. Pocas horas antes de morir, le diría a André Boucher, su primer mentor, su segundo padre: Te acuerdas André, te dije que jamás moriría de un cáncer..., y bien, tenía razón, tengo dos.

El normando Jacques Anquetil, que fue conocido también por los apodos de "Maître Jacques" o "Monsieur Crono", nació en Mont Saint Aiquan (Francia) el 8 de Enero de 1934. Hijo de padre agricultor, cuando en 1952 ficha por un equipo aficionado, su padre le da permiso a condición de que ganase dinero, y si no, tendría que ir "a recolectar fresas" con él. Y vaya si lo ganó. Y a pesar de su precocidad y de su inexperiencia, sorprendiendo a todos, ganará de esta forma su primer campeonato de Francia contrarreloj, categoría de aficionados, cuando aún no había cumplido la mayoría de edad. Fue profesional desde 1954 a 1967 y ya el primer año gana el Gran Premio de las Naciones (contrarreloj) sacando más de 6 mn, al segundo.

A pesar de que entrenaba poco, no cuidaba su alimentación, e incluso era un adicto al champán, sus éxitos se sucedieron con mucha rapidez: en 1956 establece el récord de la hora en 46,159 Km., lo que sentaba las bases para iniciar una carrera imparable que tuvo su primer hito en su debut en el Tour en 1957, prueba ciclista que ganará con gran superioridad.

Destacado contrarrelojista debido a su figura aerodinámica sobre la bicicleta y su casi perfecto pedaleo, Anquetil también sobresalió por su inteligencia en carrera, lo que le hacia aprovechar al máximo sus capacidades. Ello unido a su elegancia sobre la bicicleta, donde nunca descomponía su figura ni dejaba vislumbrar a sus contrincantes los malos momentos por los que sin duda pasaba, le valieron para ser el primer corredor en la historia que logró la victoria en cinco Tours . También triunfó en dos Giros a Italia (fue el primer francés en triunfar en la ronda transalpina) en 1.960 y 1.964, temporada en la que logró el doblete: Giro y Tour. Un año antes había conseguido otro doblete, al vencer en el Tour y en la Vuelta.

LA PAJARA DE ANQUETIL
Siempre se creyó que la pájara pillada por Jacques Anquetil, durante la ascensión a Envalira en el Tour de 1964, en la última de sus cinco victorias, se debió a su presencia a un banquete que organizó Radio Andorra en la jornada de descanso.
En efecto, Anquetil pasó a la historia tanto por su hegemonía en la bicicleta como por su desordenada vida. Tal como ha escrito Geminiani en sus memorias, era capaz delante de un bufet de "calarse las mejillas y levantar el codo", pues su lema era que "para ser bueno sobre la bicicleta había que ser bueno en la mesa y alegre en la vida". Anquetil se casó con la que había sido mujer de su médico, la guapa Janine. Como no pudo darle hijos, Janine le ofreció la posibilidad de tenerlos con la hija de su primer matrimonio. Y, al final, Anquetil se enamoró de la novia del hijo de Janine. Impresionante.
Pero en el banquete de Andorra apenas probó bocado. Su pájara en Envalira, que casi le cuesta el Tour, se debió a la preocupación que tenía el ciclista por la predicción que había realizado el mago Belline, en el diario France-Soir, según la cual Anquetil fallecería en el transcurso de la 14 etapa de 1964 entre Andorra y Toulouse. Por eso pilló la pájara. No reaccionó hasta que Geminiani le gritó desde el coche: "Jacques, si te has de morir, muérete ya, pero no delante del coche escoba". Poco después, pilló a Poulidor, su gran rival, y salvó el Tour.

TODAS PARA UNO
Sophie es hija de Annie Anquetil e hija y nieta del célebre ciclista francés Jacques Anquetil. Una situación conocida –y consentida, según el libro que acaba de publicar Sophie– por esta extraña familia que se organizaba como un harén y que también incluía a la nuera del ciclista, con quien éste tuvo otro hijo varón antes de morir. ¿Quedó claro?

Esta es la historia de una niña que tuvo por padre a su abuelo, por abuela a la esposa de éste, por madre a la hija de su abuela y por hermano a su propio primo. ¿Complicado? La niña tiene hoy treinta y cinco años, se llama Sophie y escribió un libro –Pour l’amour de Jacques–. Se trata del francés Jacques Anquetil, una gloria del ciclismo mundial, al mismo tiempo que dueño y señor de su harén en Normandía, padre atento, devorador de manjares, bígamo, amante de sus fiestas, de sus amigos y de las mujeres. El tuvo tres. Respectivamente y por turno: madre, hija y nuera.
Sophie habla de “una magnífica historia de amor” de la que siempre se sintió “orgullosa y admirada”, donde ella fue “el centro de interés” de un “amor profundo” y de una familia donde “todo se compartía”. Hay que entender que el clan Anquetil vivió bajo el lema de los mosqueteros: uno para todas y todas para uno. Su padre fue un héroe dominador, tanto en su vida profesional como privada. Ganó todos los premios posibles del ciclismo, coleccionó los títulos mundiales sin esfuerzo y poseyó a todas las mujeres de su clan. Siempre supo que llegaría lejos, que ganaría dinero y que la familia sería su reino. Un reino en el que se sentía tan protegido como un niño el día de su cumpleaños.
En 1969 Jacques Anquetil se retiró en plena gloria. Era una especie de semidiós en su país, Francia, pero jamás logró conquistar el corazón del pueblo. Un tipo duro y seco, fácil de admirar pero difícil de amar. Demasiado rubio, demasiado calculador, de mirada fría y distante.
En 1954, a los 20 años, ya era una estrella consagrada. La amistad con su médico personal, uno de los precursores de la medicina del deporte, va a convulsionar la vida de ambos. Después de haber sido invitado cotidianamente a pasar fines de semana con la familia del doctor, Jacques se apropia –o se casa– con la esposa del médico, Nanou. Los hijos de la pareja divorciada, Annie (8) y Alain (6), deciden seguirlos y el pobre médico no querrá verlos nunca más ni en holograma.
Después de algo más de una década instalados en el castillo donde Anquetil cultivaba setecientas hectáreas y Nanou reinaba, el deseo del ciclista por tener hijos de su propia sangre patea el tablero. Nanou se ha ligado las trompas y no quiere otra operación. ¿Qué hacer? La solución se llama Annie, la hija de su mujer a quien conoce y cría desde los ocho años. A los veinte es una joven atractiva y adora a su campeón.
“Para que (mi papá) se quede en casa, Nanou va a ofrecerle a su propia hija. Jugaron con fuego”, reconocerá Sophie. Y Annie agrega: “No soy una víctima, yo también jugué con fuego”. “Fue una manipulación emotiva”, reconoce Sophie, “mi padre era como el príncipe de los cuentos de hadas y mi madre pensó en brindarles placer a ambos”. Para explicarlo, Nanou prefiere hablar de una decisión tomada por la “célula base de la familia: mi marido, mis hijos y yo”.
Esta particular madre portadora ¿pudo elegir? ¿Pudo haber dicho que no a la propuesta de su propia madre? “Jacques era un déspota carismático, sutil, él no imponía nunca nada. A mí –continúa Annie– nadie me preguntó qué es lo que pensaba. Digamos que me dejaron libre de hacer aquello que ellos querían que yo hiciese. Era como un dictador pero nos amaba profundamente. Eso cambia todo.” En el sultanato Anquetil sólo se era libre de elegir a qué cadenas atarse. Las mujeres eran de su propiedad y él se encargaba personalmente de su cuidado.
–En el libro, cuando hablás del pedido que se le hizo a tu mamá –Annie–, reconocés que “fue una orden”, pero no te molesta la idea. ¿Por qué?
–Por un lado, son mis padres y, por el otro, mi madre estaba enamorada de él y sentía una gran admiración por la pareja. Además mi papá tenía la particularidad de obtener casi siempre lo que él deseaba sin formularlo directamente.
Annie reconoce que cuando su madre “vino a mi cuarto a explicarme que yo tenía que darle un hijo a Jacques, no sé qué es lo que pensé, me quedé atónita. Yo formaba parte del universo Anquetil donde las leyes del mundo exterior no se aplicaban, sino que desaparecían delante del jefe indiscutible. Y luego, me encontré en su cama con la misión sagrada de la procreación, frente a un hecho que me sobrepasaba por completo”.
–¿El amor todo lo justifica?
–Si es recíproco y no forzado, sí –responde Sophie, la hija de ese encierro.
La niña será el punto de encuentro de todos. Para el mundo exterior, ella será la hija de Jacques y de Nanou. Aunque So-phie dice conocer la verdad desde siempre. “Es cierto que Sophie –explica Annie– era antes que nada la hija del clan antes de ser la mía.” “Yo siempre estuve contenta de tener dos mamás y un padre tan extraordinario”, afirma Sophie, con el orgullo de los elegidos.
Durante las noches, cada habitación del chateau le permite a Anquetil jugar el juego del perpetuo comienzo. En el cuarto de Annie, la más joven y favorita durante 12 años, disfruta de sentirse nuevo. Luego va al encuentro de Nanou, su esposa, la madre de Annie, la abuela de su hija. Y se duerme aferrado a la liviandad de lo conocido. Sophie hace el camino inverso. Se duerme en los brazos de su abuela, para luego exiliarse en el cuarto de su madre.
Sin embargo, la vida no circula libremente en el chateau, hay normas no escritas, códigos y ritos que cumplir. Así es como, harta de presenciar el mismo espectáculo desde hace doce años, Annie decide un día enmanciparse. Anquetil no soporta la idea de que la más joven de sus geishas parta y la amenaza con algo que supone no le va a gustar: cambiarla por Dominique.
Dominique es la esposa de Alain, hermano de Annie, a quien Jacques también crió como a su propio hijo. Hace un tiempo que comparten el mismo hogar. De esta última unión, nacerá Christophe (a la vez, hermano y primo de Sophie). Al poco tiempo Jacques Anquetil morirá –en 1987– a los 53 años.
Al escuchar a Sophie, una no puede evitar pensar en el trauma. ¿Trauma? ¿Qué trauma? Sophie irradia la alegría de vivir, es una militante que reivindica esta particular familia.
–¿Qué es lo que te resulta admirable de tu padre en esta historia?
–Que todo se hizo sin mentiras y con respeto por el otro. Fijate hoy todos esos hombres que tienen una doble vida, es mucho peor. La prueba de que sólo se trata de amor es que hoy todos nos queremos y nos vemos.
–¿Vivirías con dos hombres, padre e hijo o marido y amante?
–Vivo con un solo hombre y ya es suficientemente complicado. Pero ¿por qué no? –dice y estalla en una carcajada.

domingo, 2 de marzo de 2008

Octave Lapize


Octave Lapize tenía 29 años cuando cayó en el frente de Verdún el 14 de julio de 1917, el sargento Lapize recibió cinco balazos en el cuerpo mientras pilotaba su avión, que llevaba dibujado un gallo en el fuselaje y un enorme número cuatro, en recuerdo del dorsal que exhibió en 1910, cuando a los 22 años se impuso en el Tour.
Pasó a la historia por convertirse en el primer corredor que coronó el Tourmalet. Aquella fue una gesta impresionante.
La etapa partió de Luchon y llegó a Bayona, tras 326 kilómetros y poco más de 14 horas de pedaleo, al increíble promedio, teniendo en cuenta la época, de 23 kilómetros por hora. Lapize tuvo que hacer parte de las ascensiones al Tourmalet y al Aubisque a pie, ya que no podía mantener el equilibrio por culpa de los enormes pedruscos que entorpecían la ruta.
Al día siguiente de su hazaña había jornada de descanso. Lapize se la pasó en el interior de su habitación con los pies ensangrentados e inflamados. Buscó alivio refrescándolos en una palangana con sales y vinagre. También murieron en la contienda Lucien Petit-Breton, ganador de los Tours de 1907 y 1908, y François Faber, vencedor en la edición de 1909, que se alistó en la Legión Extranjera.

Ganó el Tour de Francia 1910 en el único año que logró terminar la carrera. Entre su palmarés, además de esta victoria, destaca el triunfo en tres ediciones consecutivas de la París-Roubaix, así como cuatro campeonatos nacionales de ruta, tres en categoría profesional y uno en categoría amateur. También obtuvo una medalla de bronce en la prueba de ruta de los Juegos Olímpicos de 1908 y batió el récord de la hora en diversas modalidades.
Su sordera, cruel desventaja, le impedía comunicarse con los periodistas quienes relataban sus hazañas con detalle pero no podían entrevistarle, ello motivó que fuese excluido del servicio militar en 1907 y que le hubiera evitado ir a la guerra si no hubiera revuelto Roma con Santiago para conseguir ser alistado como vuluntario, con el trágico final que conocemos.
Se trataba de un atleta magníficamente proporcionado, de pequeña estatura (1,65 m) pero con una gran musculatura, una clase y un caracter fuera de lo común.
Henri Desgranges, en “L’Auto” dejó sus impresiones sobre “el Rizitos”, pocos días después de su victoria en la París-Roubaix: tengo antes mis ojos la fotografía de Lapize. Tiene toda la pinta de un gran rodador: la cara enérgica, el maxilar sólido, la mirada fija, el bigote en punta, como conviene a un “corcel” llamado, tras largas horas de padecimientos en la carretera, a lanzar besos a las chicas bonitas, gran caja torácica, las piernas bien asentadas, muslos poderosos y unas manos potentes capaces de doblar todos los manillares del mundo cuando se apoya sobre ellos en las subidas.


OCTAVE LAPIZE Y EL AUBISQUE
Octave Lapize eligió pasar a la historia por mediación de una frase lapidaria.
En 1910 se iba a celebrar la séptima edición de esa exitosa carrera de locos llamada Tour de Francia. Hasta ese momento todas las etapas habían sido prácticamente llanas pero los pocos puertos ascendidos habían congregado a una cantidad enorme de público.
Henry Desgranges, director del Tour y del periódico organizador, l"Auto, reunió en la primavera de ese año a sus colaboradores para decidir nuevos escenarios que aumentasen todavía más el interés por la carrera. Su colaborador y periodista Alphonse Steinès propuso que la carrera cruzara por los Pirineos, en aquella época una zona deshabitada, inhóspita, con carreteras en estado ruinoso y con osos campando a sus anchas por las cimas.
Desgranges se negó en redondo al principio, pero finalmente accedió a condición de que Steinès fuera capaz de recorrer, en coche, todo el recorrido de la futura etapa.
El Peyresourde y el Aspin los pudo atravesar sin problemas y para el Aubisque consiguió un compromiso económico de Desgranges para condicionar la carretera. Los nativos del lugar le avisaron de que se quitara de la cabeza el Tourmalet, completamente impracticable, pero Steinès, testarudo, alquiló un coche con conductor y se propuso cruzar por el collado del Tourmalet, de Sainte Marie de Campan a Barèges.
En primavera, la cima del Tourmalet estaba completamente cubierta por la nieve. El chofer, asustado por el hielo de la carretera, a cuatro kilómetros de la cima se negó a continuar. Steinès no se amilanó y, a pesar de que caía la noche, continuó su camino a pie.
El sol se ponía en el valle cuando, agotado y solo, alcanzaba los 2115 metros del puerto. Sin entretenerse, empezó el descenso hacia Barèges.
Imaginen el silencio, el crepitar de la nieve que cubre las rodillas, el frío, la sospecha de los osos al acecho, la oscuridad, los barrancos escondidos, el pavor de un parisino perdido a 2.000 metros de altura en un territorio desconocido y salvaje.
Después de unas horas descendiendo a ciegas, muerto de frío y de cansancio, una batida organizada por el chofer lo encontró, desfallecido, cerca de cerca del pueblo de Barèges. Eran las tres de la mañana. Pero Steinès era un loco del Tour.
La mañana siguiente, sin falta, envió un telegrama a Desgranges para ponerle al caso de la situación: Pasado el Tourmalet. Ruta en buen estado. Perfectamente practicable. Steinès.
El 21 de julio de 1910 se disputó la décima etapa del Tour de Francia, Luchon-Bayona de 327km con los puertos del Peyresourde, Aspin, Tourmalet, Aubisque y Osquich.
Octave Lapize, a la postre ganador de ese Tour, atacó como un loco justo después de la salida. A su rueda se llevó a dos corredores, Garrigou y Lafourcade. Los tres fueron subiendo y bajando juntos cada uno de los puertos de ese territorio salvaje y desconocido hasta el pie del terrorífico Aubisque. Ahí Lapize y Garrigou, agotados, se vinieron abajo y no pudieron evitar que Lafourcade les cogiera ventaja.
Dando tumbos, a golpe de riñón y subiendo a pié en muchos tramos, Lapize pudo coronar la cima al borde de la asfixia con catorce minutos de retraso. En la cima había un miembro de la organización controlando el paso de los corredores. Lapize lo miró con odio, tiró la bicicleta al suelo y a grandes zancadas fue a enfrentarse a él. Lo cogió por las solapas, acumuló aire en sus pulmones fatigados y a un palmo de sus narices le escupió: ¡Asesinos, son Uds. unos asesinos! , pero Lapize acabó los 177km de etapa que quedaban.
Se recuperó, cazó a Lafourcade y ganó en Bayona. El resto de corredores fueron llegando en cuentagotas durante horas, en un estado tal que a algunos había que llevar en brazos a los albergues.

domingo, 24 de febrero de 2008

Federico Martin Bahamontes

Decir 'Aguila de Toledo' es lo mismo que hablar de Federico Martín Bahamontes. Considerado por algunos como el mejor escalador puro de la historia, el toledano tenía también un carácter peculiar por culpa del que probablemente no acumuló un palmarés más rico.
Había nacido en una pequeña localidad de apenas 1.700 habitantes conocida por Val de Santo Domingo, en el año 1928. Su padre, que se llamaba Julián Martín, ejerció de peón caminero hasta que decidió por su cuenta y riesgo trasladarse a la ciudad de Toledo, en donde, decían las gentes, había dinero (!). Encontró trabajo en un cigarral, denominación común en aquellos contornos y que consiste en una extensa huerta cercada, con árboles frutales y casa amplia, que se situaba en las afueras de la ciudad. Era el sacrificio continuo de un padre por sus hijos.
A los diecisiete años, Bahamontes comenzó a trabajar como
carpintero sin mucha suerte. Dentro del deporte se aficionó por la práctica del fútbol y con chavales de su edad jugaba en un basto solar. No lo hacía mal, pero aún así sus compañeros de fatigas le empujaron a que se comprara una bicicleta de segunda mano y les acompañara en algunas excursiones ciclistas. Su padre accedió a realizar el dispendio económico de rigor. Le costó nada menos que 50 duros. La bicicleta, además, le fue de gran utilidad para trasladar fruta de un lado a otro, poderla vender y obtener algún dinerillo. También de madrugada ejercía dura labor en el mercado en el trasiego de cajas.
En Toledo, había una cuesta muy empinada que se hacía notar. Se la conocía como Cristo de la Luz. Allí desafió a sus amigos y allí se vislumbró su facilidad sobre los pedales. Sin embargo, en un reconocimiento médico como consecuencia de haber sufrido una tifoidea, un galeno le detectó una clara insuficiencia torácica que no le presagiaba un buen porvenir. Se cernía sobre él un oscuro horizonte que no lo fue.

Su aparición en el profesionalismo, la realiza en la Vuelta a Asturias, pagando de su bolsillo la inscripción y presentándose a la prueba con una camisa de vestir, un pantalón de fútbol y alpargatas. Las críticas le llegaban por su falta de espíritu de equipo y por su escaso sentido táctico, pues corría hasta agotar sus fuerzas.
Es bueno que se sepa que Bahamontes, al no contar con medios económicos suficientes -sólo 100 pesetas-, se trasladó en bicicleta a las tierras del norte, recorriendo 700 kilómetros en tres días para poder participar en aquella competición. Lo hizo con otros animosos compañeros. Un hecho inaudito. El ciclismo de aquel entonces era una actividad poco considerada y los ciclistas un tanto modestos se veían obligados a hacer esa clase de locuras. Viajaban montados en su bicicleta y luego competían.

BAHAMONTES_TOUR DE 1959
El genio de Federico Martín Bahamontes dividió la España de finales de los años cincuenta. Con él o en su contra. Había que entenderle. Era un ciclista retador. Gallo a veces, taimado otras. Extravagante. Antes de nacer ya pedaleaba. Su madre, ya embarazada, andaba con la bici cuesta arriba por las calles de Toledo. El crío creció en el cigarral donde los republicanos clavaron sus morteros para bombardear el Alcázar. Comió del hambre. Y se ganó la vida sobre un triciclo: chico de reparto. O con sacos de patatas al hombro. Con pañuelo de cuatro puntas. La Castilla del estraperlo, de la penuria.
En 1957, Bahamontes era ya una leyenda. Aún se hablaba de su helado en la cima de la Romeyére. Subió el primero y allí, lamiendo un polo, esperó al resto. No por arrogancia, que le sobraba, sino por no bajar solo. El de ese año fue un Tour de Guerra Civil. En la Vuelta a España, Loroño, un hombre tranquilo, había llegado a las manos con el toledano. España dividida. El vizcaíno acabó quinto en París y el castellano se retiró. «Fede ya no puede más». Se echó en la cuneta. En posición fetal. Goddet, patrón del Tour y su fiel admirador, se le acercó: «Sigue Federico». Respuesta: «No». Insistió: «Hazlo por su madre». «No». De nuevo: «Por Fermina». «No». «Por España». «No». «Hazlo por Franco». «No». Le dolía un codo, agujereado por una inyección de calcio mal puesta. «Eso duele, pero no es para abandonar», criticaron en la selección española. Al día siguiente, Bahamontes, maleta en una mano y bicicleta en la otra, tiró para Toledo en el tren. España le silbó.
Hasta que llegó el Tour de 1959. El suyo. El primero de un español. Galdeano, uno de sus gregarios, le recuerda así en el magnífico libro 'Locos por el Tour': «Bahamontes es un tío que como se escape alguien al que le tiene manía, le salta, se va por los llanos a por él. Gana la montaña y se crece. Y luego pierde media hora en el llano, y echa la culpa a los domésticos, a los del equipo». Un genio alocado.
Dalmacio Langarica, el encargado de hacer la selección española, estaba íntimamente convencido de que Bahamontes se hallaba capacitado para ganar el Tour si se dejaba dirigir. Por eso aceptó la primera condición del toledano: "Si voy yo, no va Loroño".
Francia tenía sus propia guerra ciclista: Bobet, Geminiani, Riviere y Anquetil se miraban de reojo. Langarica supo aprovecharlo. Había dejado a Loroño en casa, lo que le costó mil problemas en Bilbao. Se jugó el cuello por elegir como líder único a Bahamontes. Al loco.
En la contrarreloj de Nantes, el 'lechuga' -así le llamaban- se vistió de zorro: se dejó cazar por la figura de seda de Anquetil y se colocó a rueda. Así sólo perdió dos minutos. Sus rivales le esperaban en los Alpes. Se equivocaron. Fue en los 219 kilómetros entre Albi y Aurillac, en el horno del Midi. Aceleró de salida y tumbó por más de 20 minutos a Gaul y Bobet. Luego ganó la cronoescalada al volcán, al Puy de Dome. Y dio la puntilla en La Romeyere, el puerto del helado, en compañía de Gaul. Tenía que ser allí. «Federico ya no es un loco», dijo de sí mismo. Un genio.

EL HELADO DE BAHAMONTES
Tour de Francia de 1954, en las estribaciones del primer puerto de la jornada, La Romeyre, Bahamontes va acompañado de 3 ciclistas, 2 franceses(el bretón Jean Mallejac que fue segundo en un Tour y Jean Le Guilly) y un suizo, Fritz Schaer, que fue finalmente segundo en la etapa tras Lucien Lazarides. En los primeros kilómetros de la subida, el coche de la selección suiza llega hacia su ciclista para decirle que no releve, y en ese momento saltan unas piedrecitas de la calzada que van a parar a la rueda de Bahamontes rompíendole varios radios de una de sus ruedas. Para que no le rozase, Fede destensó el freno de esa rueda para poder seguir hasta la cima, y les dió los dos habituales hachazos con los que reventaba a sus rivales, uno para probar como van las fuerzas y el otro el definitivo, para marcharse en solitario. Y por supuesto se fue solo. Y coronó tranquilamente con un par de minutos de ventaja. Pero así no se podía bajar, y le tocó esperar en la cima. Y a Bahamontes, clown, extraño y suyo, muy suyo, no se le ocurrió otra cosa que pasar el rato comiéndose un helado, en un puesto cercano. Se acercó al vendedor y, sin hablar siquiera ya que no sabía nada en absoluto de francés, con 2 dedos se lo señaló: "deux boules" murmuró el comerciante, y le preparó un cucurucho con 2 bolas de helado de vainilla, que se tomó Federico Martín Bahamontes en la cima de la Romeyre, esperando a que el jeep que había provisto la organización para Julián Berrendero y la selección española llegase. Y así estaba él, lamiendo su helado en medio del Tour de Francia.Y la prensa se ensañó, fotos por doquier... daba la impresión de que se tomase la carrera a cachondeo, así ilustraban los tabloides sus ediciones como una anécdota divertida de la carrera.

BAHAMONTES Y EL TOURMALET
A Alphonse Steines, un colaborador de Henri Desgrange, el inventor del Tour, se debe el descubrimiento del Tourmalet como cumbre ciclista, por allá el invierno de 1910, unos meses antes de que Octave Lapize lo franqueara por primera ocasión en la historia. A Federico Martín Bahamontes se debe el honor de no haberse acobardado nunca con la dureza y la magia del Tourmalet. Todavía hoy El Aguila de Toledo mantiene su particular récord en la ronda francesa. En cuatro ocasiones atravesó la legendaria cima en primera posición.

domingo, 17 de febrero de 2008

Fausto Coppi

Fausto Coppi tuvo una vida de novela, y su muerte no lo fue menos. Pero la historia del campeonissimo todavía se sigue escribiendo. Por increíble que parezca, hoy en día, 48 años después de su multitudinario entierro, aún surgen nuevos intérpretes de su fallecimiento. El último ha sido Mino Caudullo, un antiguo dirigente del CONI (Comité Olímpico Nacional Italiano). Asegura que Coppi no murió por culpa de la malaria, según establece la partida de defunción, sino por un misterioso veneno que le suministraron en África. Es el último capítulo en la biografía de uno de los mayores mitos de la postguerra, en los años cincuenta.
Fausto Coppi fue un genio sobre la bicicleta, pero tuvo un problema. Nació en el momento equivocado, el 15 de septiembre de 1919. Italia aún se sacudía la metralla de la Gran Guerra y, como los demás hijos de esa época, su vida acabó cruzándose constantemente con el belicismo. La II Guerra Mundial fue la culpable de que él sumara sólo dos Tours en su currículo. La carrera francesa se suspendió de 1940 a 1946, ambos incluidos. Para entonces Coppi ya estaba despuntando.
A los ocho años se montó por primera vez sobre una bici. La usó para su primer trabajo, de repartidor de un ultramarinos. Gracias a Biagio Cavanna, el mago de los músculos, pensó en ser ciclista, y se convenció de ello cuando acudió al Giro del Piamonte y encontró a su mayor rival, Gino Bartali.
Bartali, apodado el monje volador, representaba la antítesis de Coppi. El primero fue ordenado, religioso, tenaz... y longevo. Murió en mayo del 2001, a los 85 años. Coppi fue desordenado, hombre de izquierdas, elegante, melancólico... y murió prematuramente, a los 41 años. Pero incluso, pese a sus vidas tan separadas, siempre se les puede buscar un punto común. En la nueva versión sobre la muerte de Coppi, el personaje clave en la trama es el padre René, un benedictino francés. Otra vez un monje se cruza en el camino del campeonissimo.
Todo surgió con una entrevista publicada este mes en el diario deportivo Corriere dello Sport a Mino Caudullo, en la que éste contó una experiencia vivida en 1985 con motivo de un viaje suyo a Burkina Faso (antes, Alto Volta) en representación del comité olímpico. Allí se encontró con el fraile, octogenario, quien le reveló un secreto de confesión que escondía una historia inaudita. Al parecer, unos africanos querían vengar la muerte de un ciclista de Costa de Marfil, un tal Canga, que se despeñó por un barranco en extrañas circunstancias durante una carrera donde participaban corredores europeos. Según el padre René, la familia del fallecido suministró a Coppi un veneno a base de hierbas. .No se sabe cómo.
Él, efectivamente, acudió a finales de 1959 a Uagadugu, acompañado de Anquetil y Geminiani. Diez días después de volver del viaje, Geminiani, compañero de habitación de Coppi durante aquellos 16 días, se sintió mal. Era el 23 de diciembre. Sufría de malaria y se restableció enseguida. Coppi tuvo los mismos síntomas y el 27 de diciembre no pudo levantarse de la cama y tuvo que ingresar en el hospital. Entonces, cambió el diagnóstico: se trataba de pulmonía. El hermano de Geminiani telefoneó al hospital, pero la respuesta de los doctores fue: 'No te preocupes por la salud de Fausto'. El 2 de enero de 1960, tras una noche de agonía, Coppi murió. No era gripe ni pulmonía, sino malaria.
Pero ahora insisten los monjes del monasterio de Koubri: 'Coppi fue envenenado como venganza por la muerte de un corredor de Bouake (Costa de Marfil)', asegura el padre Adriano, compañero del fallecido padre René. 'Creo que murió en una caída en el Tour. Su familia y los amigos querían vengarse y le envenenaron con una poción muy conocida en Burkina Faso, hecha con una hierba de la tierra. Actúa lentamente y causa fiebres altas'.
Sin embargo, esta historia no escapa a la sospecha. ¿Cuánto hay de cierto? ¿Por qué Coppi murió, y no Geminiani? ¿Por qué Caudullo no desveló todo esto en 1985, al conocerlo? ¿Cómo es que le contó aquello el padre René? ¿Dónde murió el ciclista africano? De momento, la fiscalía de Roma ha abierto un expediente para investigar cuánto hay de cierto en esta versión. De momento el Tour no tiene constancia de que haya participado nunca en él un ciclista de Costa de Marfil.
Además, hay respetables opiniones que alientan el escepticismo. La más cercana proviene del hijo de Coppi, Faustino: 'La única certeza es que si mi padre hubiera sido tratado correctamente habría vivido. Dijeron que tenía pulmonía, le administraron cortisona y entró en coma enseguida'.
La justicia italiana está dispuesta a llegar a la exhumación del cuerpo de Coppi. Ahí surgen más dudas. ¿Es posible verificar la causa de su muerte después de 48 años? Italia, como en los tiempos de Coppi y Bartali, ha vuelto a dividirse en dos. Los que quieren llegar hasta el fondo, aun a costa de revolcar la memoria del campeonissimo, y quienes se refugian en el silencio porque, piensan, con los mitos no se juega. Unos y otros convendrán en lo mismo: el misterio persigue a Coppi.

De familia humilde, consiguió su primera bicileta con 8 años y la utilizó para trabajar como repartidor de la tienda de comestibles de la población vecina de Novi Ligure. En 1937, conocería su descubridor Biagio Cavanna que lo animó a que participara en carreras no profesionales. Las excepcionales características físicas no tardaron en aflorar en el joven Coppi.

En 1939, pasa a profesional donde gana seis carreras esa misma temporada. Pero el salto a la fama de Coppi fue un año después cuando, empezando como gregario de Gino Bartali, consiguió el primero de sus cinco Giros de Italia. Además, esta victoria le convirtió en el corredor más joven que se hace con el triunfo absoluto en el Giro de Italia con 20 años, 8 meses y 25 días, un rècord todavía imbatido. Además en 1940 y 1941, se proclama campeón italiano de la especialidad persecución.

En 1942, establece el récord de la hora en el velódromo Vigorelli de Milán, dejando la nueva marca en 45,871 km, un récord que resistió 14 años hasta la plusmarca de Jacques Anquetil en 1966.
Pero la guerra parte su carrera ascendente. Enviado a Africa con la infantería "Divisione Ravenna" es hecho prisionero por los ingleses, puesto en libertad en 1945.
En 1945, corre alguna carrera con la sección de ciclismo de la Società Sportiva Lazio.

En 1946, nace el legendario noviazgo entre Fausto Coppi y el equipo Bianchi, al que el campeón italiano estaría ligado durante una década. La llegada de Coppi pronto da sus frutos cuando gana su primera Milán-San Remo con una épica fuga que empieza en el Paso del Turchino y que acaba con 14 minutos de ventaja sobre el segundo clasificado. Ese año también gana tres etapas del Giro (aunque la general se la llevaría Bartali) el Gran Premio de las Naciones, el Circuito de Lugano y el Giro de Lombardía. En 1947, siete años después del primero, gana su segundo Giro de Italia.

En 1949, llega la definitiva consagración internacional de Coppi. Primero gana la vuelta San Remo-Lombardia y en el Giro (que también se adjudica) firma una de las que seran sus hazañas más célebres: 192 kilómetros en solitario en la etapa entre Cuneo y Pinerolo. El famoso periodista Mario Ferretti diría en su crónica una frase que entraría en la historia del ciclismo:
Un hombre solo al mando, su maillot es blanco y celeste. Su nombre, Fausto Coppi.
Con el tercer Giro en el bolsillo, encara su primer Tour de Francia. Fausto empezó muy mal, perdiendo més de media hora en la primera etapa. Pero se supo recuperar, dominando las dos etapas contra el reloj e imponiéndose en la etapa entre Briançon y Aosta. Consigue la victoria en la general siendo el primer hombre que consigue ganar Giro y Tour en el mismo año, mientras que en Francia nace el mito de "Fostò".

En 1950, Coppi tiene un inicio de temporada espectacular. Se adjudica la París-Roubaix y la Flecha Valona. Pero la suerte le da la espalda al "Capionnissimo" cuando en la etapa del Giro entre Vicenza y Bolzano, un corredor que va por delante hace caer a Fausto, lo que le provoca fractura de tres costillas por lo que da por concluida la temporada.

En 1951, las cosas no mejoraron para Coppi ya que su hermano Serse, también ciclista, murió en el Giro del Piemonte, causa de otra caída. La muerte de su hermano afecta a Fausto que hace un discreto Giro. De todas maneras, en el Tour de ese mismo año (y aunque sufre una crisis nerviosa), gana la etapa alpina entre Gap y Briançon.

En el 1952, reconoce por completo su agnosticismo, declaraciones que levantan ampollas en la sociedad italiana hasta el punto que los transalpinos se declaran seguidores de Coppi (agnóstico) y de Bartali (católico convencido).
Ideologías religiosas aparte, 1952 vuelve a ser un año excepcional para Coppi. Gana tres etapas del Giro de Italia, cinco en el Tour (una de ellas, la primera llegada al Alpe d'Huez de la historia de la "Grande Boucle" y que desde entonces la ronda francesa dedicó una cima a Coppi), y llegar con el maillot marillo a París.

En 1953, és el año en el que consigue el quinto Giro de Italia y también gana el campeonato del mundo en Lugano, pero ya su actividad se estaba reduciendo por culpa de algunos accidentes. En esa ronda italiana, Coppi fue el centro de la crónica rosa del momento por tener una relación extraconyugal con Giulia Occhini, mujer del doctor Locatelli, apasionado seguidor de Coppi. Occhini sería conmocida en adelante como la "Dama Blanca". Fausto y Giulia iniciaron una larga historia de amor y donde el propio Papa llegó a condenarla abiertamente. Coppi y su primera mujer Bruna Ciampolini se sepraron en 1954, mientras que Locatelli denunció a Occhini por adulterio. Como consecuencia, la mujer tuvo que ingresar en la cárcel mientras que a Coppi se le retiró el pasaporte. Tras muchas dificultades, la pareja se casó en México (matrimonio nunca reconocido en Italia) y tuvieron un hijo, Faustino.

En 1954 gana una de sus últimas grandes carreras el Giro de Lombardía. En el 1959 con algunos ciclistas franceses participa a una carrera y a sesión de caza en el Alto Volta (actual Burkina Faso). y allí es infectado por la malaria. La diagnosis de la enfermedad fue hecha con retraso y la enfermedad misma fue curada mal, así que Fausto murió con tan solo 40 años.


COPPI ARRASA EN EL GIRO
Fausto Coppi, es considerado por muchos como el mejor ciclista de todos los tiempos, junto a Eddy Merckx. Aunque su palmarés no es tan impresionante como el del belga, hay que tener en cuenta que su carrera se vio interrumpida en parte por la II Guerra Mundial. Aún así, figuran en su palmarés 2 Tours (9 etapas), 5 Giros (22 etapas), 1 Campeonato del Mundo, 1 París-Roubaix, 5 Giros de Lombardía y 3 Milán-San Remo.

Nos situamos en el año 1949, concretamente en el Giro de Italia, que tras afrontar las duras etapas Dolomíticas acometía en este día una jornada trascendente que transcurría en parte por territorio francés. Se salía de Cuneo y se llegaba a Pinerolo con un recorrido a lo largo de nada menos que 254 kilómetros, itinerario agresivo si se tiene en cuenta que se debieron salvar cinco majestuosos puertos de alta montaña: Vars, Izoard, La Madeleine, Mont-Genève y por último la ascensión a Sestrières. Todos ellos juntos representaban una subida equivalente a 90 kilómetros, amenizados por un frío intenso y una lluvia constante. La niebla cubría celosamente las cumbres y el espectáculo en su conjunto era verdaderamente dantesco.
Coppi, aquel día, se impuso con una facilidad asombrosa, inaudita. Estuvo en fuga, sólo en cabeza, a lo largo de 192 kilómetros. Su 'eterno rival', Gino Bartali, otro campeón de fama reconocida, pisó la cinta de llegada a más de doce minutos. En la clasificación final del Giro, el toscano fue segundo a casi veinticuatro minutos del legendario Fausto Coppi.

Otra hazaña a resaltar nos sitúa también en el Giro de Italia del año 1953, en la etapa Bolzano-Bormio, en la cual se afrontaba el célebre Stelvio con sus 2.758 metros de altitud. Era líder el suizo Hugo Koblet, quién conservaba una ventaja de 1'59" sobre Coppi, segundo en la clasificación general. El corredor helvético acaparaba todos los pronósticos a su favor. Le amparaba su juventud y su buen momento de forma. Era la gran estrella de la nueva generación y del futuro reciente.
En los primeros trazos del Stelvio, Coppi atacó con valentía y convicción. El gran pelotón se rompió en mil pedazos y Koblet, resistente al principio, debió capitular ante la evidencia de los hechos. Se encontró indefenso frente al italiano que parecía volar sobre el asfalto. En la cinta de llegada, las multitudes aclamaron con gran entusiasmo a su ídolo, Coppi, a la postre vencedor final de la edición, mientras que Koblet, ahogado por los esfuerzos, hacía su entrada a casi cuatro minutos en un amargo día que jamás olvidó.








domingo, 10 de febrero de 2008

Maurice Garin

Entró vivo en la leyenda al ser el primer ganador del Tour. Y nada más merecido, porque él era el arquetipo del ciclista en todo aquello que constituye su grandeza y popularidad.
Maurice Garin nació en Aviers, en el valle de Aosta, un 23 de Marzo de 1871. Era, pues, italiano aunque no sabía hablar una sola palabra que no fuese en el dialecto de su valle (según las autoridades italianas de la época), que no era otro que el francés.
Maurice se ganaba la vida atravesando la frontera para trabajar como deshollinador en las ciudades francesas. Era una tradición en los Alpes el proveer de deshollinadores que atendiesen las chimeneas de las grandes ciudades y de las familias burguesas.
Se estableció definitivamente (tras una larga marcha a pie en compañía de su padre y sus hermanos) en un pueblo llamado Lens, en donde se libró de trabajar como minero gracias a sus dotes de albañil y a la recomendación de un paisano –llegado varios años antes que él- que le consiguió un trabajo en una empresa de albañilería.
Cuando se convirtió en una gloria ciclista le apodaron el Pequeño Deshollinador; lo de Pequeño iba por su corta estatura (1,62 m. 61 kg), que aún chocaba a los que decían que éste era un deporte de atletas.
Entusiasmado por los éxitos de los primeros velocipedistas, ahorró lo suficiente para comprar una máquina cuando tenía veinte años. Dos años más tarde se convertía en una vedette, imponiéndose en dos carreras de gran fondo plagadas de sportmen, como se llamaba a los amateurs de la época. Los 800 km. de París y la Dinant-Namur-Dinant.
Con una regularidad de metrónomo, y un coraje y resistencia excepcionales, se impuso en los dos años siguientes en las 24 horas de París, y la París-Le Mans (1896), y participó en la primera edición de París-Roubaix, prueba que ganaría las dos temporadas siguientes.
Su victoria en el Infierno del Norte provocó oleadas de entusiasmo, y esto no es un eufemismo. En su segundo triunfo, el velódromo de Parc Barbieux estaba abarrotado y los hinchas que no encontraron sitio en él se subieron al tejado de una casa vecina provocando su hundimiento…
Había nacido una estrella. Una estrella que crecería en todos los corazones en los años venideros, en los que Maurice Garin, acompañado de sus hermanos César y Ambroise, acumuló un buen número de victorias.
Cuando Henri Desgranges lanzó la idea del primer Tour de Francia, Maurice fue el primero en apuntarse. Todos sus hinchas esperaban su victoria, y no se vieron decepcionados.
Esta popularidad explica el porqué, al año siguiente, los comisarios esperaron cuatro meses para descalificarle (pensarían que era mejor aguardar a que se enfriasen las pasiones desatadas por su triunfo en la carretera). Si hubiesen tomado esta decisión a pie de meta, seguro que se hubiera producido un motín con linchamientos entre las filas de los comisarios…
Esta descalificación a la que se añadía una suspensión por dos temporadas, puso fin a la carrera del Pequeño Deshollinador, que contaba entonces treinta años. Se retiró a Lens donde abrió un garaje que mantuvo hasta los años cincuenta.
Invitado a dar la salida del Tour de 1953, Maurice Garin, con buen aspecto a pesar de sus 82 años, se contentó con una breve alocución:
Mis jóvenes amigos, jamás podréis comprender las dificultades que tuvimos que afrontar con nuestras máquinas rudimentarias, sobre carreteras imposibles. Estas eran más hostiles que nuestros enemigos y, sin embargo, cuántos bellos recuerdos han dejado en mí.
El recuerdo de una gloria jamás empañada, de una vida que no hubiera alcanzado sin la bicicleta y, sobre todo, de una promoción social inesperada. Maurice Garin dijo en 1902 a un periodista: Antes que campeón soy un hombre del pueblo. No sabía que estas dos nociones se harían consustanciales al deporte ciclista.


MOMENTOS CLAVE DEL PRIMER TOUR (1903)
Eran setenta y seis en la salida, delante del restaurante El Despertador., en Montgeron. Setenta y seis pioneros partiendo hacia lo desconocido en este primer Tour de Francia, corrido sobre seis etapas para una distancia total de 2407 km., o sea una media superior a los 400 km. por etapa.
El 1 de Julio a las 15 h. 16’ se dio la salida hacia Lyon. Maurice Garin llegaría el primero a las 9 de la mañana del día siguiente. Los corredores se pusieron de nuevo en camino, esta vez hacia Marsella, en la noche del 4 al 5 a las 2h 30’ de la madrugada. En la Canebière, hacia las 17 h esta vez, gana Acouturier, pero sin problemas para Garin puesto que el Coloso había abandonado en la primera etapa y no corría sino como parcial (una categoría inventada por los organizadores, temerosos de quedarse sin ciclistas en carrera).
Pero esta fórmula apenas viviría dos días. En la tercera etapa Acouturier se puso descaradamente de parte de Georget, por lo que se decidió separar los dos pelotones. Primero salió el de los corredores que optaban a la clasificación general y, una hora más tarde, los parciales. Garin hizo toda la carrera en cabeza, atacando sin desmayo para eliminar a sus más temible enemigo: Georget. Garin llegó fresco a la meta y aún tuvo arrestos para declarar a los periodistas: misión cumplida, aunque no ocultó su desilusión por perder al sprint delante de Orange, Sanson y Pothier –que estuvieron todo el rato a su rueda sin darle un relevo-.
La etapa que acababa en Bordeaux (268 km.), vio su salida a las 3h de la mañana delante del Café de Sion, donde un cinematógrafo proyectaba imágenes de las etapas anteriores en una sábana blanca.
Esta vez fue Garin quien se llevó la etapa, aunque sólo fuesen los árbitros quienes le vieron cruzar la línea de meta en primera posición. Para muchos no hubo duda de que fue el Brúseles Sanson quien había ganado la etapa de una forma limpia y honrada pero…
El 14 de Julio, en Nantes, venció sin contestación posible asegurando su victoria final ya que Georget había abandonado, y a Pothier –la revelación- le llevaba una buena ventaja. No contentándose con lo adquirido hasta entonces, ganó la última etapa en París, entrando así en la historia. Su ventaja sobre Pothier (2º), fue de 2h 49’ 45”, y sobre Millocheau, 21º y último clasificado, de 6h 24’ 22”.

domingo, 3 de febrero de 2008

Luis Ocaña

Corría entre dos sombras y de dos sombras escapaba: la de Eddie Merckx y la suya.
Luis Ocaña ha muerto violentamente, detenido por su propia mano, como vivió violentamente sobre la bicicleta, impulsado por sus propias piernas. Murió y pedaleó en la soledad del suicida y el luchador, respetando hasta el final una imagen de infortunio, aislamiento e intransigencia que contribuye a explicar dos actitudes distintas: una de suprema renuncia y otra de rebeldía.
Eddy Merckx había dicho de él: «Reúne más condiciones que yo. Si fuera más inteligente en carrera, obtendría mejores resultados». Una verdad a medias. Ocaña no era mejor que Merckx -nadie lo era y quizá nadie lo será-, pero sí pecó de un exceso de combatividad inoportuna que lo perjudicó en muchas ocasiones.
Su vehemencia era hija de un espíritu inconformista que lo convirtió en el único en osar combatir la dictadura del campeonísimo belga, allí donde los demás la acataban. Toda la vida deportiva de Ocaña fue una pelea incesante para sacudirse esa losa con nombre y apellido que elevó al ciclismo a sus más altas cotas, al tiempo que amenazaba con asfixiarle.
No lo consiguió a la postre porque la lucha era demasiado desigual, pero escribió algunas de las páginas más bellas de un deporte épico. La dimensión de Ocaña habría alcanzado mayor altura si Merckx no hubiera sido su contemporáneo. Entre ellos se estableció una relación que en Merckx era serena en su dominio, y en Ocaña feroz en su frustración.
Ambos fueron los herederos del dúo Anquetil-Poulidor y precedieron al formado por Indurain y Bugno. Una historia de tiranía e inconformismo que, en el caso de Bugno, ha terminado por ser de domesticación confesa, de abandono de ilusiones y responsabilidades. Poulidor y Ocaña nunca se resignaron. El español vivió más peligrosamente que el francés. El riesgo lo llevó unas veces al paraíso y otras al purgatorio.
Ocaña giró largamente en torno a Merckx como la vida del condenado gira brevemente en torno al verdugo. Cuando triunfó, lo hizo sobre Merckx o sobre su recuerdo. Cuando perdió, fue a causa de Merckx o su amenaza.
Ocaña corría contra dos sombras y de dos sombras escapaba: la de Merckx y la suya. Ambas lo estimulaban y lo rendían. Ambas se concentran, por encima de todo, en el Tour, una prueba a la altura de ambos porque ambos eran dignos de esa prueba. En el Tour halló Ocaña su mayor desgracia y su mayor gloria.
En l971 esa bruja y esa hada cabalgaban en su bicicleta. En la etapa Grenoble-Orcières Merlette, Ocaña se vistió con el jersey amarillo y dejó a Merckx a casi nueve minutos. En aquel Tour pudo producirse una derrota histórica del belga que acaso hubiera cambiado en parte las relaciones de poder entre ambos hombres. Pero Ocaña cayó en el descenso del maldito para siempre col de Mente y el sueño se hizo añicos.
La historia es sobradamente conocida y difundida por igual por los cantares de gesta y los juegos de lágrimas. No hay un Ocaña antes y después de ese hecho, pero sí un Ocaña resumido en dos días que conmovieron al mundo ciclista: el Ocaña imperial y el Ocaña desventurado.

Este hombre nacido el 9 de junio de 1945 en Priego (Cuenca) y que obtuvo, como excepcional contrarrelojista que era, su primera resonante victoria en el Gran Premio de las Naciones (1965) en categoría amateur, ganó muchas carreras, aunque menos de las que hubiera merecido: la Vuelta a España (1970), la Setmana Catalana (1969 y 1973), el Midi Libre (1969), la Vuelta a la Rioja (1969), el Dauphiné Libéré (1970, 72 y 73), la Vuelta a Cataluña (1971), la Vuelta al País Vasco (1973), el Gran Premio de las Naciones (1971) y un largo etcétera, incluidos sus dos títulos de campeón de España (1968 y 1972).
También fue segundo en la Vuelta a España (1969, 1973 y 1976) y tercero en la misma Vuelta (1971) y en el Campeonato del Mundo (1973). En el Tour, en el que debutó en 1966, ganó una etapa en 1970, dos en 1971 y seis en l973, el año de su triunfo final. Lució durante veintiún días el jersey amarillo de «La Grande Boucle».
El catálogo de sus éxitos va unido al de sus desdichas, muchas de ellas fruto de su descontrol. El Tour del 70, el del 72, incluso el glorioso del 73, la Vuelta del 74... fueron testigos de caídas y percances. Aquí y allá bronquitis, resfriados y forúnculos fueron creando el perfil de un Ocaña pedaleando por el filo de la navaja.
Una vida áspera en lo bueno y lo malo que se prolongó cuando abandonó el ciclismo. A él había llegado a través de la emigración a Francia cuando contaba once años de edad. El ciclismo le proporcionó el suficiente dinero como para adquirir viñedos en Mont-de-Marsan, su lugar de residencia. Su público apoyo político al ultraderechista Jean-Marie Le Pen debe entenderse como un deseo de olvidar su humilde origen y como la consecuencia de un carácter frecuentemente abrupto.

Cuando abandonó el deporte, en 1977, no halló la calma. Ni como seleccionador colombiano, ni como director del Teka y el Fagor, ni como mánager del belga ADR, ni como relaciones públicas del Puertas Mavisa encontró acomodo. En todas partes chocó por razones que unos consideran sinceridad insobornable y otros intolerancia.
¡Quién sabe! ¡Qué más da! Cada persona es un enigma y a nosotros nos gusta recordar a Ocaña en la nada misteriosa esfera del esfuerzo supremo. Nadie conoce por qué se ha matado. Se habla de que los negocios no eran boyantes; del abandono de su esposa Josianne; de la mala relación con su hijo Jean-Louis, que lo iba a hacer abuelo (también tenía una hija llamada Sophie); de su cáncer, consecuencia de una transfusión de sangre después de uno de sus accidentes automovilísticos.

Ocaña conducía como un loco y estuvo a punto varias veces de perder la vida en la carretera. Con la bicicleta, con la palabra, con el coche, Ocaña fue agraciado y castigado por sus arranques. Su último impulso fue empuñar un arma de fuego y volarse la cabeza. Demasiadas cosas dentro de ella para seguir viviendo. Que nadie lo llame cobarde. No hay mayor gesto de valentía que ir hacia la muerte, como hacia la victoria, por el camino más directo.


OCAÑA-MERCKX
A Luis Ocaña en Francia le llamaban l'Espagnol. En España, el francés. Él decía: "Yo soy más español que el Caudillo. Quiero correr en la selección española". Pero el seleccionador, Gabriel Saura, y Luis Puig, que era presidente de la federación, y el delegado de deportes, Samaranch, le respondían: "No queremos corredores comunistas en el equipo".
-Pero si yo mataría por España...
A las afueras de Priego, en un peñasco entre olivos, en un terreno que le regaló el Ayuntamiento, Luis Ocaña se construyó un torreón. Lo dibujó, lo planeó y diseñó los muebles a su gusto recordando su pasado de aprendiz de ebanista. Pasaba algún día que otro y el resto del año lo dejaba cerrado. Lo vendió enseguida, harto de los destrozos de los vándalos y los rateros. Era el único vínculo material con el pueblo de Cuenca en el que nació en 1945. Luis Ocaña llegó a Francia en 1957, cuando tenía 12 años, con sus padres y su hermana Amparo, que se fue a vivir a Lourdes, y su hermano Antonio. En Francia nacieron dos hermanos más, Marie France y Michel.
"En España trabajábamos como negros y no ganábamos para vivir. Habíamos perdido la guerra. Un kilo de pan al día le daban a mi padre por su trabajo. Nos vimos forzados a emigrar".

Salieron de Priego en 1951, cuando Luis Ocaña tenía seis años y apenas había tenido tiempo para aprender a leer y escribir en la escuela del pueblo. Antes de llegar a Francia pararon en el Valle de Arán, donde se necesitaba mano de obra para la construcción de una central hidroeléctrica. El padre se hizo carpintero-encofrador y trabajó allí, a la sombra del Portillon, el puerto que lleva a Francia, en las fuentes del Garona. Pero la casa que les asignaron era oscura. Luis era un niño enclenque, tenía problemas respiratorios, necesitaba luz, necesitaba sol. Un día se decidieron y cruzaron la frontera como había hecho antes Cándido Soria, su tío. Recordaba Ocaña: "Primero fuimos a Magnan, en el Gers, al norte de Pau, donde estuvimos dos años, y luego a Le Houga, el pueblo de al lado. Para un emigrante no hay mucho donde elegir, o las minas, o los pinos, o jornalero en el campo. Fui a la escuela en España, y no se me daba mal, pero en Francia no fui mucho tiempo. Es muy difícil comenzar todo de cero. Sólo mantengo la pasión por la pintura y el dibujo".
Entró en el gran ciclismo y enseguida su soberbia chocó con un monstruo, con Eddy Merckx, El Caníbal. Decía: "Eddy me ganaba en la bicicleta, pero un día estuve de juerga con él hasta la madrugada y no me aguantó el ritmo".
Ocaña le tenía mucho miedo a Merckx. Le decía a Nemesio Jiménez, un ciclista del Kas: "Este hijoputa nos mata". Tampoco los demás corredores de la época le querían mucho al belga. Dice Nemesio: "Era muy ansioso, no dejaba nada para los demás, hasta esprintaba en las metas volantes. Le fastidiaba que alguien tomara la iniciativa. Cuando nos movíamos en la montaña nos decía: 'Españoles de mierda'. Y yo le respondía: 'Cada uno en su terreno, que vosotros en Roubaix buenas palizas nos dais".

Ocaña, el personaje más singular que ha dado el ciclismo, el corredor sin medida en la vida y en la carretera, fue el ciclista de la valentía desmesurada, de la personalidad extrema que le llevó a ver el ciclismo, y la vida, como un asunto de todo o nada: como su intento de derribar al tirano Merckx a toda costa, en su interpretación del ciclismo como una lucha sin tregua. Ofensivas sin fin hasta la derrota final.
-Para ganar a Merckx hay que atacar todo el tiempo y hacer la carrera dura.
En el Tour de 1971 Ocaña estuvo a punto de acabar con Merckx.
El jueves 8 de julio se disputó la 11ª etapa, Grenoble - Orcières-Merlette, de 134 kilómetros. Los días anteriores Ocaña había puesto a prueba a Merckx en el Puy de Dôme y en el puerto de Porte y había visto que el belga flaqueaba. Camino de Orcières Merlette se puso de acuerdo con los del Kas para ir a bloque desde la salida. Fuente atacó desde Grenoble. Dejó a Merckx sin equipo, pero él tampoco estaba muy bien y se quedó en el puerto de Laffrey, donde Ocaña ya se había ido solo. Ocaña llegó solo a la cima de Orcières-Merlette con 8.42m de ventaja sobre Eddy Merckx. Fue una fuga heroica, bajo un sol incandescente. Era la primera gran derrota del belga, quien, sin embargo, se negó a rendirse y cargando con todo el pelotón a su espalda luchó hasta el final. Ocaña dijo años después: "Eddy Merckx era muy superior a todos y había, por tanto, que atacarlo en un terreno muy duro, como en Orcières-Merlette, un final en alto. Por eso preferí los Alpes a los Pirineos. En los Pirineos todos los cols estaban situados muy lejos de las llegadas, con lo que era más difícil establecer grandes diferencias. Si hubiera habido en los Pirineos una llegada a Luz Ardiden, por ejemplo, la cosa habría cambiado".

Pero Merckx nunca se rendía. Herido, moribundo, como los toros en la plaza, siguiendo su comparación, era aún más peligroso. Atacó en el largo descenso de Orcières-Merlette a Marsella. Volvió a atacar en los Pirineos. En el descenso del col de Menté, convertido en un arroyo de agua y barro por una tormenta de granizo que estalla, repentina, Ocaña intenta seguir el ritmo desaforado de Merckx y se cae en una curva. Cuando se iba a levantar, Zoetemelk, que llega lanzado, le golpea en la espalda.

Media España esperaba a Ocaña en el Portillon, el siguiente puerto tras Menté, el lugar en el que se estableció la familia Ocaña nada más emigrar desde Priego. La tormenta ha dejado su sitio al sol. Pancartas. Ánimos a Ocaña rotulados en la carretera. Pero Ocaña vuela en un helicóptero hacia un sanatorio en St. Gaudens. Cuando vieron que no llegaba Ocaña, en el Portillon, unos cuantos energúmenos, con el transistor en la oreja, la tomaron con Merckx. Le escupieron, le insultaron, le tiraron piedras...
Le contó después Ocaña al escritor Christian Laborde, un ferviente admirador: "Anquetil me dijo que había cometido el error de querer seguir a Merckx. Y yo le respondía: 'Pero Jacques, yo no quería seguirle, no podía pararme, no tenía frenos...' Nadie se podía parar, empezando por Merckx mismo y todos los que me golpearon cuando estaba caído. ¡Y no era por la lluvia! Con lluvia sabemos bajar, sabemos cómo secar la llanta con frenadas cortas y seguidas. Pero aquella tarde el Menté era el barro, era la arcilla que atravesaba la curva como un arroyo, allí no se podían utilizar los frenos".

En la meta, Merckx se negó a ponerse el maillot amarillo. "No, no me pertenece. Este Tour lo he perdido, no tengo nada que hacer, me vuelvo a casa". Al día siguiente salió en dirección a Superbagnères sin ponerse el maillot amarillo. "Habría preferido quedar segundo después de una dura batalla que ganar en estas condiciones. Será una victoria manchada para siempre".
En 1972 Eddy Merckx ganó su cuarto Tour consecutivo. Ocaña salió con bronquitis, con una tos que no le había abandonado desde marzo. Terminó con fiebre, escupiendo sangre. Los médicos le hicieron abandonar en los Alpes.Ocaña ganó finalmente el Tour de 1973, pero no logró derrotar a Merckx, quien no disputó aquel año la grande boucle. Había preferido correr la Vuelta para tener las tres grandes en su historial. Ocaña se suicidó en 1994.


ESTACIÓN ALPINA DE LES ORRES (1973)
Después de las primeras etapas, el corredor conquense vestía el maillot amarillo cuando se iba a afrontar la octava etapa,
un terrible trayecto entre Méribel-les-Allues y Les Orres,
con la Madeleine, Télégraphe, Galibier e Izoard y final
en la ascensión a Les Orres.
Los rivales previstos eran Thévenet y Fuente fundamentalmente.
La Madeleine se subió a tren, pero en el Télégraphe José Manuel Fuente empezó a lanzar ataques cortos y repetidos:
solamente Ocaña y Thévenet le resisten;
Zoetemelk consigue enlazar por momentos pero vuelve a quedarse.
En la base del Galibier, Zoetemelk alcanza de nuevo la cabeza
junto a Pedro Torres, López Carril y Ovion. A 6 km. de la cima del coloso alpino, Fuente vuelve a atacar y esta vez sólo queda Ocaña en su compañía.
Fuente ataca ... una ... dos .. tres ... veinte veces ... Pero Ocaña está dispuesto a morir sobre la bicicleta, antes que dejar marchar a Fuente. Viendo que no va a poder con el de Cuenca,
el "Tarangu" se sitúa a su rueda sin dar más relevos.
Antes de comenzar a ascender el Izoard, la ventaja de los dos españoles es de 1' 30" sobre Thévenet, López Carril y Mariano Martínez. A 6' 30" circulaba el primer grupo de un pelotón totalmente disgregado.
En la cima Ocaña aventaja al francés en 4' 15" y al primer grupo en 10' 50". A 30 km de meta, Fuente pincha y Ocaña se dirige en solitario hacia la meta. Llega a dejar a Fuente a 2', pero un desfallecimiento en los últimos kilómetros, reduce la diferencia a 58". A 7' llegaron Thévenet y Martínez, Perin a 13',el resto a más de 20'. El coche escoba llegó a más de una hora.
Al ver a los periodistas Ocaña dijo: "Dejadme, estoy cansado, ya lo veis. Nunca había sufrido tanto sobre una bicicleta".

martes, 29 de enero de 2008

Eddy Merckx

Nada hacía suponer, cuando la figura de Eddy Merckx apareció entre los ciclistas a mateurs, que había surgido la figura más grande del ciclismo hasta entonces. No tenía anteceden
tes familiares en la actividad, y su respaldo más firme, consistía en un afán por el triunfo más allá de lo común. Según su principal adversario, Luis Ocaña: No le bastaba a Eddy ganar un día... quería hacerlo al día siguiente... y al otro día también.
Así, el primer relámpago pudo verse el 5 de Septiembre de 1964, en Sallanches, durante el campeonato del mundo amateur. Todos esperaban ver ganar a la promesa italiana Felice Gimondi, pero debieron contentarse con un casi desconocido de 19 años: Eddy Merckx.
En 1965 se convierte en profesional, entrando al equipo del que formaba parte Rik Van Looy. En el Tour de 1969 quedó en evidencia que Merckx era un fenómeno del ciclismo. Pero ese año tuvo lugar un terrible accidente que llevó a la muerte a su entrenador Wambst, y a él, a estar cerca de ella.

En 1970 corre la París-Roubaix contra el más grande ganador de esa carrera de todos los tiempos: Roger de Vlaeminck. Al comienzo, Merckx no se encuentra en forma y hasta piensa en abandonar. Se une a una escapada de siete hombres. Pincha en el peor momento, y luego desata la persecusión más feroz de la Historia del ciclismo imponiéndose por más de cinco minutos.
En el Tour de 1971 se enfrenta al que sería su único rival de riesgo en esta etapa de su apogeo físico: el español Luis Ocaña. Ocaña lo recordaba así: Tenía horror a una cierta mentalidad derrotista que reinaba en el pelotón. Tanta resignación me sublevaba. Creía que Merckx podía ser vencido en el Tour y especialmente en la alta montaña.
Para el Tour de 1971, Ocaña desgastó a Merckx en los ascensos con desmultiplicaciones rápidas de 42X16. En el Puy de Dome, Merckx vacila y deja escapar algunos segundos a favor de sus rivales. En la etapa d'Orcieres-Merlette cae derrotado ante Ocaña y pierde cerca de nueve minutos. Al término de esa etapa Merckx lo explicaba así: Se me decía que estaba haciendo mucho pero yo no escuchaba a nadie. La verdad es simple, estoy pagando cuatro años de esfuerzos ininterrumpidos.
Pero, cuando para todos el Tour ya estaba definido, Merckx termina ganándolo brillantemente en la etapa del Col de Mente. Ocaña, víctima de una caída, debe abandonar esta gran vuelta.

En el Tour de 1972 derrota a un Ocaña desgastado, y para 1973, decide no participar en el Tour de Francia, que gana fácilmente el español en su plenitud física. Merckx adujo un calendario muy abultado y mucho se lamentó por entonces que este duelo no se definiera allí. Algunos juzgaron que Merckx había eludido a conciencia la confrontación.
En 1972 Eddy Merckx se prepara para batir el record de la hora. Al igual que Ritter en 1968, elige el Velódromo de Méjico a 2240 metros de altitud. Se entrena en el garaje de su casa con un simulador y una mezcla de aire que el llamaba mexicano, y pese a esa mala preparación, lleva el record de la hora a 49,431 km.
Finalmente en 1974 gana su quinto Tour, igualando el record de Anquetil, y su quinto Giro, igualando a Coppi y Binda.
En 1975 se enfrenta a Thévenet, y por primera vez, ocupa el segundo lugar en el podium del Tour. Ha dejado de ser el más fuerte y lo reconoce, aunque en 1976 logre su séptimo triunfo en la Milán-San Remo, récord no igualado hasta la fecha.
En total fueron 525 las carreras que ganó a lo largo de su espléndida trayectoria de las 1.800 en las que participó. Después de haberlo conseguido todo, un 18 de mayo de 1978 dijo adiós al ciclismo profesional. La estrella de Merckx se apaga y surge lentamente la de Hinault. Actualmente, entre otras inversiones, Eddy Merckx dirige una fábrica de bicicletas que llevan su nombre.


MERCKX EN MOURENX
La etapa salía de Luchon. Merckx era líder después de ganar las etapas del Ballon d'Alsace, la contra reloj de Divonne-les-Bains y la que finalizaba en Digne. Disponía de una ventaja de 8' 21" sobre Roger Pingeon, reciente vencedor de la Vuelta, 9' 29" sobre Gimondi y 12' 46" sobre Poulidor. También era Merckx el líder de la clasificación por puntos, de la montaña y de la combinada. Se trataba de la etapa reina de ese año. Cinco puertos de montaña en 214 km: Peyresourde en el km 13, Aspin en el 44, Tourmalet en el 74, Soulor en el 130 y Aubisque en el 140. Desde la cima de este último, todavía quedaban 74 km llanos hasta la meta de Mourenx. La subida al Peyresourde se desarrolla con tranquilidad. Es Galera el primero en pasar la cumbre con unos segundos de ventaja sobre Bellone, Dancelli y Merckx. Aunque después hay reagrupamiento, en el Aspin, la situación es muy parecida. Se inicia la subida del Tourmalet con el pelotón agrupado. Se forma en cabeza un grupo de 14 corredores y por la cima pasa Merckx en primer lugar, seguido por Vandenbossche. A 5" pasaron Zimmerman, Poulidor y Gutty; a 10" Bayssiere, Theillière, Pingeon y Gandarias. Obsesionado con evitar una posible caída provocada por la bajada en grupo, Merckx se lanza en solitario hacia Luz-Saint-Sauveur. En Argelès, la ventaja es de 1' sobre Pingeon, Poulidor, Bayssière, Theillière, Zimmerman y Vandenbossche; Gimondi se encuentra ya a 4'. A pesar de la distancia enorme que quedaba hasta meta (140 km) Merckx continúa en solitario y en las faldas del Aubisque su ventaja ha aumentado hasta 3' 30". En el paso del Aubisque, ya son 7'. A 35 km de Mourenx alcanza los 7' 30", aunque ya se le ve desfallecer. En la línea de meta, Merckx vence la etapa con una ventaja de casi 8' sobre el grupo, encabezado por Dancelli. Desde entonces empezó a conocerse a Eddy Merckx como "El Caníbal". Y se propuso que Mourenx pasara a llamarse "Mourenckx"


EL TUBULAR DE MERCKX
Tour de Flandes, 6 de Abril de 1975. En la primavera de 1975, Eddy Merckx estaba desbocado. Desde principio de temporada había ganado el Giro de Cerdeña, Milán-San Remo, Amstel Gold Race (entonces se disputaba más pronto), y Semana Catalana. Y estaba Merckx así porque su temporada del año anterior no le había satisfecho por completo; claro que había ganado el Tour, el Giro y el Campeonato del Mundo, pero su tajada en la s clásicas no había sido la habitual. De manera que en la salida del Tour de Flandes le había dicho a su abuelo: "Quizás no habrá 10' entre el vencedor y el pelotón, pero la diferencia será grande". Por supuesto, Eddy no podía pensar en un vencedor que no fuera él. El Kwaremont es uno de los "muros" o "bergs" que salpican el recorrido de la clásica flamenca. La distancia hasta meta era de 104 km., pero allí fue donde Merckx lanzó un ataque irresistible. Sólo Frans Verbeek consiguió acelerar lo suficiente para colocarse a su rueda. Verbeek era un buen corredor de clásicas, aunque no consiguió demasiadas victorias. Entre 1965 y 1976 hizo segundo en quince ocasiones, cinco de ellas detrás de Merckx, pero también venció 2 Het Volk, 1 Flecha Valona y 1 Campeonato de Bélgica (esta vez por delante del "Caníbal"). Verbeek cuenta: "Intentaba darle relevos de vez en cuando. Hacía lo que podía, pero no podía mucho...No hablábamos mucho, con Eddy no se habla mucho, y él no pedía nada. Después de 10 km. comprendí que quería llegar hasta el final así, pero yo no sabía si podría seguir con él." Por detrás, Maertens, Pollentier y Demeyer intentaban dar caza. En el Kruisberg, la diferencia respecto a un pelotón de 31 corredores era de 45"; después de 35 km de caza sólo quedaban 15; en el Varenberg, a 65 km de meta, 9. Fue entonces cuando las diferencias
aumentaron. Cuenta Verbeek: "En el Gramont, yo no veía nada, pensaba que tenía algo en los ojos y llamé a mi director para pedirle un pañuelo...pero no tenía nada, no veía porque estaba fundido. En el Bosberg, la última subida, tenía miedo de quedarme, estaba muy mal...creo que Merckx tuvo compasión y se retuvo para no dejarme." Pero la compasión tiene sus límites y a 5 km de meta, Merckx atacó para llegar en solitario. Verbeek finalizó 30" más tarde y Demeyer, tercero, a 5' 2". Verbeeek declara: "...estoy feliz por esta segunda plaza. He sido segundo detrás de un gran Merckx... Rodaba siempre con dos dientes menos que yo. He visto más que nada su tubular trasero: un Clément."